Schweitzer Fachinformationen
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AESTE LE GUSTA la carne. Va a Inglaterra para acostarse con una de esas forzudas rebosantes de músculos que aparecen en Internet. Paga el viaje y 50.000 pesetas más por pasar con ella una noche en su gimnasio de Londres. Al otro le atraen los huesos. Acude por la noche con la chica a la consulta del padre de ella y se masturba mientras contempla su esqueleto bailar a través de la pantalla de rayos x. Los dos me lo cuentan encantados. Son de esos secretos que no tienen sentido si no se revelan a alguien.
ESTOY LEYENDO UNA enorme biografía de Hitler. A la vez, retomo a Pessoa, al que hace tiempo que no leía. Cuando lo hice por primera vez, lloraba de emoción. Hace un par de años volví al Libro del desasosiego y me pareció demasiado quejica. Ahora lo encuentro de nuevo genial, aunque no me conmueve como al principio. Hitler y Pessoa tenían la misma edad. Nacieron con un año de diferencia. Hitler: un maestro del simplismo psicológico, un brutal manipulador de masas. Pessoa: un sabio de los recovecos personales, un delicado espejo para individuos. Pero tal vez para individuos tristes, tirando a enfermizos.
Recuerdo aquel día de 1984 en que se publicó en castellano el Libro del desasosiego (en Portugal había salido dos años antes). Lo compré de inmediato. Creo que es la única vez que he llorado leyendo un libro. Entre las lágrimas y el entusiasmo, llamé a E. S. al periódico para decirle que la publicación de ese libro era noticia de primera página. No todos los días nace un clásico. E. me explicó de modo paciente que no era costumbre dar en portada cosas así. Sin embargo, veinte años más tarde, me parece que habría sido una honra para El Correo.
EL FUMADOR EJEMPLAR.
En Las Vegas se refugian maleantes huidos de todo el país. La policía entró en el apartamento donde se había guarecido uno de ellos. Estaba oculto en el interior de un armario y no lograban hallarlo. Lo cazaron porque el hombre no pudo más de los nervios y encendió un pitillo.
NO TIENE VÍDEO porque está seguro de que se haría un adicto a las películas porno. Internet le ha durado dos días. El primero que se conectó estuvo tres horas navegando por las zonas x. El segundo, hasta las ocho de la mañana. Lo quitó todo. Ya no tiene ni correo electrónico.
Sexual intercourse began In nineteeen sixty-three...
son dos versos famosos de Philip Larkin. Pero yo creo que ha vuelto a comenzar, no se sabe aún de qué forma, con Internet.
CAMBIO DE CASA. Estoy expectante. He tenido algunos momentos de aprensión, por lo que supone de variación de costumbres, pero ahora ya tengo ganas de que pasen estas dos semanas y empezar con el lío.
Comienza «De vita beata»:
... no salir, no tomar copas
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
TERTULIANOS Y COLUMNISTAS y taxistas, même combat. Ese despliegue de indignación moral con el taxímetro en marcha.
«EN EFECTO, LAS ideas claras sirven para hablar; pero casi siempre obramos movidos por alguna idea confusa. Ellas son las que conducen la vida». Me parece un exceso de optimismo el de Joubert. Las ideas no suelen estar claras ni al hablar.
«Cuando se escribe con facilidad siempre se cree tener más talento del que se tiene». Aquí creo que acierta.
ES COMÚN DECIR que nunca nos entenderemos sobre la felicidad, el bien, la verdad o la belleza, y que algo conocemos de lo contrario.
«Siempre es exacto cuando decimos que algún hombre es un hombre infeliz, le dije a Wertheimer, pensé, mientras que nunca resulta exacto cuando decimos que alguno es un hombre feliz» (Bernhard, El malogrado).
«Sabemos que existe la felicidad, pero como ese borracho que va dando tumbos por la calle, sabiendo que tiene una casa, pero sin encontrarla» (Voltaire).
Sin embargo, «Le plus beau des courages est celui d'être heureux»2 (Joubert). Parece blando el objetivo de la felicidad. Pero no lo es. Hoy mismo dice Trías en el periódico: «Odio el término felicidad». Savater al menos lo utiliza bastante. Se menosprecia la felicidad porque es un baremo implacable para juzgarse.
La felicidad parece un objetivo débil, insípido, pero cuando llega le da sabor a todo. Algún día no lejano se inventarán una especie de termómetros de felicidad. La gente se los pondrá casi todos los días y sabrá cómo anda de ella. Si va mal, se tomará alguna pastilla o decidirá hacer algo que sepa por experiencia que le pone contento. Pero por lo menos se preocupará. Ahora se aguanta todo con una resignación primitiva y casi inexplicable.
Tu felicidad es lo mejor para ti y para todos. Los que la desdeñan por considerarla un objetivo mezquino o cursi suelen sustituirla por otros fines supuestamente más dignos, heroicos, nobles que, como decía Bertrand Russell, no son más que salidas inconscientes para el afán de poder o excusas para la crueldad. «Los hombres que hicieron más por fomentar la felicidad humana fueron -como era de esperar- los que consideraban importante la felicidad, no los que la despreciaban en comparación con algo más sublime».
Yo siempre he sido partidario de las éticas innobles, muy poco sublimes, empezando por la de Epicuro. Entre otras cosas porque creo que tenía razón Oscar Wilde: «Si eres bueno no tienes por qué ser feliz, pero si eres feliz tiendes a ser bueno».
Lo malo que tiene declararse discípulo de Epicuro es que se te ve en la cara si lo haces bien o mal. Y yo creo que tengo unos ojos algo tristes, que cada vez se parecen más a los de aita. Lo de que uno es «epicúreo» hay que guardarlo en secreto.
«Tienes buena cara». Tener buena cara es un índice bastante exacto de que uno pasa por un buen momento. Cada vez que nos viéramos mala cara en el espejo, deberíamos hacer algo de lo que nos suele llevar a tener buena cara. No por coquetería, sino como un verdadero cuidado del alma.
LLEGAN A CASA y buscan sus libros en la biblioteca. Se entusiasman al hallarlos. Al principio les parece casi un milagro. Pero enseguida empiezan a quejarse si alguno falta o está colocado en un lugar poco aparente.
LA MENDIGA QUE veo en el parque va a la última moda de las bag women de Nueva York: las mismas ropas encima unas de otras, el mismo carrito, las mismas bolsas de plástico. Exhibe un look idéntico al de sus semejantes neoyorquinas, que no ha copiado de ninguna revista de moda.
ESTUVIMOS OTRA VEZ en Benidorm, una semana. De nuevo muy bien. Allí me siento siempre despejado y tranquilo. Sin hacer casi nada. No sé qué pasaría si estuviera una temporada larga. En cualquier caso, es bueno tener un lugar así. En S. S., en cambio, donde estuvimos el fin de semana, siempre me entra una especie de melancolía algo opresiva. No sé estar en S. S. Se mezcla el momento actual con estratos muy antiguos de la infancia, lo que produce una cierta confusión y un estado de ánimo que no es ni de lejos tan relajante como el de Benidorm. Ama sabe lo que hago a los diez minutos de llegar a Toni Etxea. Salgo a mirar la playa. Miro, compruebo que todo está ahí, pero vuelvo a casa -cosa que ama no sabe- sin haber visto lo que buscaba.
SE LE PUEDEN decir burradas. No se inmuta. Está siempre en contacto con lo peor del ser humano. Es el agua de su piscina.
LA NARANJA MECÁNICA, Bonnie and Clyde, Grupo salvaje. Vimos entonces las primeras películas violentas. Hoy se ven cosas tremendas en cuanto enciendes la tele. ¿Estamos ante una degeneración social? Una vez leí la explicación de un experto en técnicas de efectos especiales. Lo que hay es una feroz competición entre los maestros en esas técnicas. De lo que se trata es de ver quién hace estallar mejor una cabeza.
«A mi entender, cuando se ve algo que es técnicamente seductor (sweet), te lanzas y lo haces; las preguntas sobre lo que se hará con ello solo se hacen después de haber obtenido el éxito técnico. Así ocurrieron las cosas con la bomba atómica» (Oppenheimer).
ME VOY AL piso grande de abajo. María vendrá dentro de un par de meses. Mudarse es más que viajar. Son días en que uno no está en su casa y tampoco tiene una a la que regresar.
SUBSISTE LA IDEA de un examen final, de un juicio final. Y no tanto como una prueba en la que seremos aprobados o suspendidos por alguna autoridad máxima, sino como un método de saber cómo habremos quedado en relación con los demás. Hay que sofocar esa idea y ahogarla.
Hasta cuando piensas que te vas a morir, en un ataque de hipocondría, por ejemplo, lo primero que te viene a la cabeza es la opinión de los demás. Incluso morirse es quedar mal, sobre todo si sucede de una enfermedad de esas que llaman «largas y penosas».
Puede ser falso, pero en este momento pienso que si me anunciaran mi muerte, sabría afrontarla con una cierta serenidad. Pero imaginar lo que dirían los otros, su supuesta compasión, su horror ante la mala pinta que se me iría quedando, me pone enfermo.
Los médicos deberían decirle al paciente la verdad y engañar a la familia y los amigos.
Hay quien dice que lo mejor es morir rodeado de los tuyos, entre familiares y amigos. No sé a quién le leí que lo mejor, si sabes que se acerca el final, es irte lejos, donde nadie te vea. Yo creo que me moriría más a gusto en una gran habitación muy luminosa, un día de sol, con un fondo de palmeras y el mar, aunque estuviera solo, que en un cuarto pequeño, o en la habitación de un hospital, rodeado por mis seres más queridos.
EL DESBARAJUSTE EN que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa, para que...
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