1. La importancia de la formación en el ministerio
2. La formación que transforma
3. El Espíritu Santo como agente transformador
4. La Palabra que moldea
5. La formación integral
6. El aprendizaje responsable
7. La comunidad de aprendizaje
8. La formación sostenible
9. El desarrollo del maestro
Introducción
Nací para y fui llamada a aprender y a enseñar. Sin embargo, la educación formal me costó mucho, especialmente la escuela secundaria y la universidad. Cuando empecé a enseñar, en el contexto informal del ministerio con estudiantes universitarios en el que estaba involucrada, repetí de forma inevitable lo que mayormente había visto y experimentado: el método de clase magistral. Investigaba y me preparaba de forma concienzuda, pero conforme pasaba el tiempo mi inquietud crecía. Empecé a preguntarme: ¿Cómo sé que los estudiantes me siguen cuando enseño? ¿Cómo evalúo si los estudiantes realmente están aprendiendo y aplicando lo que aprenden? ¿Cuáles son mis objetivos y motivaciones cuando enseño? Hice una reflexión sobre las razones que me ayudaban a superar los desafíos académicos para, a continuación, ver cómo podía transferir esto a mi práctica educativa.
En primer lugar, yo prosperaba cuando mis maestros mostraban interés por mí y me animaban en mis dificultades concretas; cuando sacaban lo mejor de mí y creían en mí, y reconocían mis esfuerzos, mi potencial y mis dones.
En segundo lugar, cuando me instruían personas que estaban apasionadas por sus temas y me transmitían esa pasión, llamando mi atención, incentivando mi participación y mis preguntas sin amenazas ni peligro de quedar en ridículo, sino con respeto. Cuando no solo impartían información, sino que se daban a sí mismos, tanto dentro como, en ocasiones, fuera de la clase. Cuando no solamente mostraban su conocimiento intelectual, sino también su integridad, compromiso y humildad.
En tercer lugar, cuando se me dieron oportunidades de participar en actividades que iban más allá de lo puramente académico. Por ejemplo, cuando serví como delegada de la clase tanto en la escuela secundaria como en el seminario, y tuve la oportunidad de contribuir al bienestar de la comunidad estudiantil con gran éxito. Estas oportunidades fueron muy satisfactorias, porque podía llevar a cabo proyectos que me entusiasmaban y apasionaban, y desarrollar mis habilidades de liderazgo. Estas ocasiones me permitían mostrar que yo era mucho más que un perfil académico y, además, ¡pude aprender mucho!
En cuarto lugar, cuando participé en una asociación estudiantil cristiana durante mi tiempo en la universidad, organización en la que luego serviría por casi veinte años. Las relaciones que allí pude entablar sostuvieron mi vida espiritual y me ayudaron a conectar mi parte académica con mi fe de una forma holística.
En quinto lugar, cuando entendí que las asignaturas no existían de forma aislada y que era importante ver cómo se conectaban entre sí.
En sexto lugar, cuando tuve oportunidades de explorar lo académico de maneras diversas, a través de proyectos de investigación tanto individuales como en grupo, grupos de discusión, fórums online, viajes de estudios y lecturas. Me abrieron la ventana a ver las múltiples formas en las que podemos aprender.
Toda esta reflexión me llevó a enfocarme en cuestiones metodológicas y a hacerme vulnerable, no solamente al enseñar, sino también en mi interacción con los estudiantes en situaciones informales. Quería explorar diferentes maneras de enseñar porque me di cuenta de que la enseñanza eficaz no tenía que ver simplemente con contenidos brillantes, sino sobre todo con el aprendizaje real de los estudiantes. Además, no quería ser vista como la profesora inalcanzable; quería encarnar lo que estaba enseñando y también ser accesible y compartir la vida.
En años más recientes han surgido otras preguntas: cuando enseño, ¿cómo toco tanto las mentes como los corazones? ¿Cómo ayudo a los estudiantes a posicionarse para que se dé una verdadera transformación y cómo lo evalúo? ¿Cuál es el rol del Espíritu Santo y cómo le dejo espacio para moverse?
Estas preguntas me han llevado a la convicción de que la parte académica, tanto en la educación teológica como en la educación cristiana en general, ha tenido un lugar más prioritario que la formación espiritual y la formación práctica. Como maestra vocacional, si quiero mantener mi integridad no puedo caer en el mismo error de polarización, no puedo enseñar de esa forma descompensada. Todos los que enseñamos dentro del contexto de la educación teológica, tanto en entornos formales como no formales, o que somos maestros cristianos enseñando en diversos tipos de contextos, deberíamos anhelar la integración de la formación académica, la formación espiritual y la formación práctica. Este es el trasfondo de mi pasión y lo que me llevó a seguir investigando sobre estas cuestiones en mi tesis doctoral, y a posteriori escribir este libro.
Además de la realidad de mi trasfondo educativo, está mi etapa ministerial. Hay momentos en la vida en los que uno se levanta y piensa "Si pudiese volver a empezar.". Este era mi sentimiento profundo después de una etapa ministerial larga: "Si hubiese tenido más paciencia; si hubiese explicado esto mejor; si hubiese comunicado con más gracia; si hubiese sido más humilde y considerado al otro como mayor que yo; si hubiese creído más firmemente en el valor de la comunidad y hubiese sido más mansa en mi colaboración con los otros; si hubiese confiado más; si hubiese alzado los ojos hacia arriba más". Y la lista continúa. Estas afirmaciones tienen la capacidad de llevar nuestras vidas a enquistarse, anclarse en el pasado y ser privadas de poder. Bíblicamente hablando, todos esos "si." no tienen cabida porque las viejas cosas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17), las misericordias de Dios son nuevas cada mañana porque Su fidelidad es grande (Lamentaciones 3:23), y Él nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones (Hebreos 10:16-17). La vida en Cristo es una vida de segundas oportunidades para los que, a la luz del mundo, somos "don nadies", "ceros a la izquierda". (Dicho sea de paso, al reconocer que eso es lo que somos, ¡satisfacemos los requisitos de Dios!).
En este sentido considero que el libro que tienes en tus manos representa mi "segunda oportunidad", por varias razones. En primer lugar, porque espero haber podido plasmar mejor lo que intenté antes. En segundo lugar, porque también pretende reflejar una realidad del evangelio que no había llegado a comprender todavía: un evangelio más completo, más libre, más profundo, más verdadero. Quiero que este libro sea como una ofrenda al Señor y deseo que le sea agradable. Y lo considero un regalo para ti, lector, para que sea una ventana de esperanza en tu caminar con el Señor y en tu ministerio. Quiero incluir aquí un inciso sobre cuál es el perfil del lector que tengo en mente. Si bien este libro parte de la investigación sobre la relevancia de la educación teológica formal, tiene por objetivo invitar a la reflexión crítica en cuanto a la forma en la que ejercemos la educación no solamente en esos contextos más formales sino, y especialmente, en los contextos del día a día de nuestros múltiples ministerios y de la iglesia local en general. Es decir, este libro no está exclusivamente reservado para que lo lean estudiantes de seminario y profesores de teología, sino que también pretende ser un instrumento útil en las manos de los pastores, obreros y líderes de diversos ministerios. Por tanto, cuando uso el término maestro, profesor o docente, me estoy refiriendo a todos aquellos que, en una medida u otra, enseñamos. Puede ser en el contexto de la iglesia local o el de un ministerio concreto; en un grupo amplio o en un grupo pequeño; a personas adultas o a niños; en contextos más formales o más informales, etc. Mi deseo es que todo lector que quiera mejorar su enseñanza se pueda sentir identificado.
Acabado el inciso, quiero reconocer que a lo largo de los años me he nutrido de muchas voces de maestros de los que he aprendido por sus escritos y/o por sus palabras; de muchos colegas con los que he tenido el privilegio de trabajar, pero sobre todo de las voces de muchos a los que he tenido el privilegio de servir a lo largo de muchos años, quienes habéis sido mis mayores maestros. Que lo que viene sea un reflejo fidedigno de vosotros.
El trabajo que estás a punto de leer, una pequeña parte extraída de mi tesis doctoral y otra parte más extensa añadida para hacerlo más completo y relevante, asume varios riesgos y presenta ciertos inconvenientes que tienen el potencial de debilitar mi voz. Por un lado, no tengo experiencia como maestra en la enseñanza superior formal (de hecho, me acabo de estrenar como profesora "formal" en la Escuela Evangélica de Teología de la FIEIDE). Por otro lado, mucha de la investigación en la que me he basado proviene de otros contextos geográficos y culturales, mayormente el estadounidense, y en menor medida, el británico.
Sin embargo, pienso que mi contribución es creíble y útil por tres razones principales. En primer lugar, porque al ser observadora externa vengo menos influenciada por el sistema y, por lo tanto, a priori sin tantos prejuicios. Algunas veces necesitamos voces externas; estas incluso en ocasiones son más influyentes que las voces internas. En segundo lugar, vengo como alguien que ha recibido formación teológica formal y ha estado en el ministerio más de veinte años. Esto me permite ser una voz para apuntar a las deficiencias de la educación teológica formal no solo como testigo, sino como alguien que entiende el campo y la necesidad del campo. En tercer lugar, vengo como educadora y pedagoga, y traigo ese punto de...