El ser humano está crucificado en el sexo, puede decirse desde que nace hasta que muere. Semejante limitación orgánica es la causa principalísima de sus luchas, de sus dichas y de sus desdichas a lo largo de la vida.
Hay en el diálogo El banquete, o del amor, dice E. GÓMEZ DE BAQUERO, un pasaje donde se recoge una extraña mitología que hizo su camino en Oriente y ha resucitado en el ocultismo moderno. Es aquel en que ARISTÓFANES dice que en otros tiempos la Humanidad tuvo una forma distinta de la que conocían los griegos. Se componía de hombres dobles de tres clases: unos, varones; otros, hembras, y otros, mixtos de varón y mujer, los andróginos. Estos hombres, que eran como una sólida pareja de hermanos siameses, fueron fuertes y audaces. Concibieron el proyecto de escalar el cielo y luchar con los dioses, como en más remotos días los Titanes. Júpiter quiso castigarlos; pero no se resolvió a aniquilar a aquella soberbia raza por no privar al Olimpo del culto y los sacrificios que ofrecían los hombres. Adoptó un término medio: dividió a los hombres dobles en dos mitades, a las que Apolo dio los retoques necesarios para que no quedasen demasiado imperfectas. Así nacieron las diversas atracciones del amor, las naturales, y las que el hombre normal mira como aberraciones (las faltas de ortografía de que hablaba ANATOLE FRANCE) por la nostalgia de cada sujeto hacia la mitad perdida.
Los teósofos modernos citan los andróginos platónicos como reflejo de la antigua tradición esotérica de una lejana raza bisexuada, así como invocan un versículo del Génesis: «Macho y hembra le creó», que tiene, sin duda, una explicación más sencilla dentro de la exégesis bíblica, como expresión abreviada de la creación de la pareja primitiva, en un relato en que se han acoplado las dos versiones «el elohista y el jehovista».
No consumada todavía la emancipación del crecimiento, desde la vida intrauterina hasta la pubertad, el sexo cobra plenamente con esta con sus tiránicos fueros, si es que, como, siguiendo a Freud, indica el doctor MARAÑÓN en sus recientes obras, no empieza a cobrarlos ya muchos años antes, al apuntar hacia los cinco años los pródromos de la sexualidad.
Y una vez que empieza a imponer el sexo su imperativo categórico, orgánico y aun psíquico, ya no le pierde jamás, a lo sumo, en edades avanzadas del hombre y después del fenómeno de la menopausia en la mujer, el sexo deriva extrañamente hacia misticismos muy varios, que la Ciencia dista mucho de haber estudiado todavía. ¡Es «la herida de Amfortas», en el Parsifal, de WAGNER; la llaga terrible, que nunca querrá sanar; la propulsora eterna de grandezas y locuras, de heroísmos y de crímenes, de ensueños, esperanzas y desilusiones proteicas; del Arte, en suma, y de la Historia y de la Vida!
La crucifixión aquella en el sexo y por el sexo, no es tampoco exclusiva del hombre. Compártela este, en efecto, con los animales todos, si es que ella no es en sí la característica animal de su complejísima contextura que le hace ser al modo de la simbólica flor del Loto, con sus raíces en el cieno del pantano; sus tallos, emergiendo de las aguas tranquilas; sus hojas, extendiéndose verdes y lozanas en el aire, y sus flores, alegría de la vista, saturando de fragancias su derredor. La Edad Media, en la noche de su ignorancia, no fue más allá en el problema del sexo, pero hubo de sobrevenir el sabio Linneo, sorprendiendo al mundo con la revelación del sexo en las plantas y viendo en las flores -el encanto mayor de la naturaleza animada, después de la mujer-, un tálamo de amor, ¡el ciego amor vegetal!, tálamo en el que, sobre el cáliz floral -¡cáliz había de ser en dichas y amarguras!-, masculinos estambres y pistilos femeninos se con jugaban sublimemente en el policromado seno de la corola circunvaladora, para dar nacimiento a la semilla, futuro germen de otras plantas análogas, que oponer, con su continuación indefinida sobre la Tierra, a la destructora acción de la Naturaleza, haciendo verdadero una vez más el aforismo de que el Amor es más grande que la Muerte, y que Mors-amor -Muerte y Amor-, el titulo genial de la más grande de las obras de D. JUAN VALERA, son los dos platillos de la balanza de la Vida, con cuya oscilación eterna, que tiene mucho de flujo y reflujo del mar, se mantiene la economía del Universo, haciendo que la Muerte venza al Individuo, y sea, a su vez, vencida por la Especie, que es lo que los viejos hindúes quisieron simbolizar con la eterna lucha del Brahmâ creador -Brahmâ no es un dios como vulgarmente se cree, sino el Germen, de la raíz sánscrita brig, crecer, extenderse, propagarse-, y el Shiva destructor, o más bien, reformador para nuevas creaciones.
Y la botánica poslinneana hubo de comprobar bien pronto que la separación sexual del estambre y el pistilo era ínfima en las flores llamadas monoicas, haciendo de estas verdaderas entidades andróginas, pero era completa en las plantas llamadas dioicas, en las cuales el órgano masculino floral estaba en un tallo o individuo diferente que el órgano femenino, observándose casos admirables como el de aquella palmera hembra del Jardín Botánico de Madrid que, a pesar de no tener palmera macho en el resto del recinto, era fecundada anualmente por el polen de una de estas últimas, situada en el patio de las Salesas Reales, a dos kilómetros de distancia de aquella. También se comprobó, en corroboración de que el instinto sexual, aun en las plantas, es más fuerte que el mismo instinto de conservación, el caso de la Vallisneria, del que MAETERLINK, uno de los más áticos escritores botánicos, nos ha dejado una descripción hecha de mano maestra.
Pero todavía le queda mucho que avanzar a la Ciencia en el sentido del estudio del sexo en la Naturaleza, no limitándole, como hasta aquí a animales y vegetales, sino extendiéndole a todo cuanto nos rodea: minerales, átomos, moléculas, células y astros y haciendo del estudio del Sexo Universal la llave maestra de los secretos del Cosmos, porque si el Sexo es en sí limitación, la unión de los sexos contrarios es propagación indefinida: ¡la finitud de la Dualidad, venciendo con su reciproca compenetración al Infinito!
Porque, orgánica y filosóficamente el fenómeno de la copulación sexual, no es más que la cesión que el demento llamado masculino hace al elemento femenino de algo que aquel tiene y del que este carece, razón por la cual la sabiduría del Lenguaje -otra de las claves del Misterio que nos cerca-, ha llamado a dicho fenómeno «comercio sexual», en recuerdo de la esencia misma del «fenómeno Comercio», nacido con la Humanidad en forma de permuta, o sea de cesión de algo que se tiene y no se necesita o acaso estorba por su misma abundancia, a cambio de algo de que se carece, y en tal sentido ese «cambio de lo que se tiene por lo que no se tiene y se desea», es común a todo cuanto existe en el Universo, constituyendo por ello la esencia misma de la Vida, que es precisamente Vida por el Sexo.
En tal sentido la Química no viene a ser sino el estudio del sexo en moléculas y átomos. Si la Filogenia y la Ontogenia nos enseñan que la vida terrestre ha nacido del mar, es decir, del Agua, la Química moderna ha comprobado este principio, que en la presente obra nos es imposible, científicamente, desarrollar, de que: todas las reacciones de la Química, producen agua o descomponen agua, o, finalmente, y cuando esta última aun no aparece por falta de alguno de sus dos componentes, colocan los elementos de reacción en condiciones de producir agua o descomponer el agua en una reacción ulterior.
Así, si el agua es la Madre, y «aguas madres» se llaman, por cierto, a los residuos de la cristalización por la vía húmeda, el Agua es, a su vez, el hijo en toda reacción de ácidos y bases para formar la sal (unión de los residuos, ligaduras post copula, que podríamos decir, y que no es extraña alguna vez en el mundo animal), siendo, además, el agua el prototipo del androginismo químico, porque, si bien el voltámetro descompone su molécula en un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, la verdadera rotura del agua en las reacciones hace de ella dos partes: una de un átomo de hidrógeno (H), que actúa en las reacciones a guisa de elemento ácido, y otra de un oxihidrilo (OH), que, por su parte, obra como elemento básico, haciéndose así del agua, por su H hidrogénico, el último, el menos ácido de los ácidos, y por su (OH) oxihidrílico, la primera o la menos alcalina de las bases, cosa que, con su mayor calor especifico, es la causa de la decisiva importancia del agua en la Naturaleza.
Queda con ello sentado -más lejos nos es imposible ir aquí- que bajo el nuevo «sentido sexual» de nuestro presente Ensayo, todo ácido es «masculino» y apto, como tal, para ceder un hidrógeno al copularse con el oxidrilo de la base, la cual base es, por tanto, «femenina» a su vez. La molécula H -(OH), pues, es el hijo de semejante «comercio sexual químico «, y los ligados residuos radicales, o «progenitores» de aquella molécula del agua, quedan en condiciones de latencia química para reconstituir su reciproco y perdido «sexo», destruyendo en ulteriores reacciones la molécula de agua, es decir, «devorándola» como, en el simbolismo del mito, se dice que Saturno devoraba a sus hijos, porque estos, cual más...