Breve historia
¿Cuántos de nosotros hemos sentido alguna vez que se nos ha prohibido el acto de cantar; ya sea por prejuicios sociales, por alguna mala experiencia con personas cercanas o, simplemente, por las limitaciones que, por creencias o memorias, nuestra propia mente nos impone? Muchas personas también se alejan del impulso de cantar por el miedo a no ser suficientemente buenas en esto. Entonces juzgan su capacidad en base a una creencia limitante y preexistente, en lugar de entregarse a la experiencia que propone el canto.
En mi caso pasé muchos años confundido; influenciado por las palabras de mi padre. Debido a su propia noción del éxito, sus propios miedos, experiencias, y su deseo de que me fuese bien en la vida, solía decirme que la música era solo un hobby o un pasatiempo, y que no podía ser una forma viable de subsistencia. Puedo comprender su perspectiva, ya que un padre siempre quiere lo mejor para sus hijos y, como todos, también tiene sus temores.
Así que no sientas rencor si este también es tu caso. Además, siempre ha existido el cliché de que en el mundo del arte y de la música abunda el consumo de drogas y los malos hábitos. Claramente, esto no es del todo cierto. Las «tribus humanas» y sus costumbres siempre son variables. A veces los padres pueden equivocarse debido a sus propias ilusiones y proyecciones.
Fueron mis dos abuelas las que empezaron a despertar en mí la pasión por la música. Ellas fueron dos pilares fundamentales en mi desarrollo artístico, dejando así una huella indeleble en mi ser. Mi abuela materna, una poeta y cantante excepcional, me hipnotizaba con su voz cálida y esos versos profundos que pronunciaba. Cuando cantaba, no podía evitar quedarme mirándola con gran admiración. Por otro lado, mi abuela paterna, una pianista virtuosa, atraía mi curiosidad cuando la escuchaba tocar el piano. Oírla disfrutar de la música y sus consejos atrapaban siempre mi atención.
Siempre recuerdo las sabias palabras de una de ellas: «Si no haces lo que amas, fracasarás». Aunque esas palabras resonaban profundamente en mí, mi mente, aún llena de miedos e inseguridades, las rechazaba una y otra vez. A pesar de sentir mi alma completamente enamorada de la música, me dejaba llevar por la voz de la inseguridad, que me confundía y me llevaba por caminos que solo me conducían a trabajos que alimentaban mi frustración y mi estrés. Pero la música nunca dejó de llamar a mi puerta. Insistente y sin forzarme a nada, susurrándome: «¡Oye, yo soy tu camino!». Esta voz endulzaba mis deseos más anhelados. Pero aún no era mi momento. Algún día me permitiría escuchar ese llamado, y así fue.
Ese día llegó. Y de esta forma decidí entregarme por completo al arte de cantar. Así fue como todo cambió para mí. Incluso mi padre, al ver hoy lo que ha surgido en mí, ya no siente miedo. Me mira con admiración, y lo que antes era temor, ahora se ha transformado en una admiración profunda.
No fue hasta que conocí a mi maestra y gran amiga Jessica Walker, directora y fundadora del «Laboratorio Escuela de Expresión Corporal Dramática» de Barcelona, en 2014, que todo comenzó a cobrar más sentido. Ella fue clave para lograr desbloquear mis conceptos y el verdadero potencial que yacía en mi corazón; la guía que iluminó mi camino artístico.
Jessica fue la persona que me enseñó a mirar el arte con una nueva perspectiva y me ofreció consejos que transformaron mi visión. A su lado, por fin pude liberarme de mis cadenas internas y comenzar a dar pasos con más confianza en este camino.
Gran parte de lo que soy hoy y de lo que he descubierto en mí, se lo debo al encuentro con estas tres mujeres extraordinarias. Ellas, con su amor por el arte y su sabiduría, me mostraron el rumbo; pero por encima de todo, me enseñaron que seguir la pasión es la única forma de llegar a ser verdaderamente uno mismo a través de lo que amamos. Estoy eternamente agradecido por su influencia y por la belleza que sembraron en mi camino.
Este es precisamente el motivo que me llevó a escribir este libro. Por fin permitirme cantar con libertad ha sido una de las mayores revelaciones y bendiciones en mi vida. No solo me permitió abrirme como persona, sino también conocerme mejor a través de las emociones y sensaciones que el canto provoca en mí cada vez que mi cuerpo se permite dejar salir la voz. El canto me ha ofrecido una riqueza incomparable de placeres: espirituales, físicos, de autodescubrimiento y de conexión con los demás. Son estas experiencias las que me gustaría que todos pudieran vivir; ya que son las que me han acompañado y transformado a lo largo de los años.
A pesar de que mi madre siempre me contó que desde pequeño me ha encantado cantar y que, cuando lo hacía, solía improvisar canciones, no tuve una noción clara de mi primer encuentro con el canto sino hasta los siete u ocho años. Recuerdo que estaba en el patio de mi casa cantando una canción que nos habían enseñado en la escuela: «Penélope», de Joan Manuel Serrat; el reconocido cantautor catalán. Era el primer año que teníamos clase de música en la escuela, y nos enseñaron esta maravillosa canción que, con su melodía y su poesía, se adentró en lo más profundo de mi ser.
Mi corazón se llenó de algo mágico; algo que podríamos llamar «plenitud». Comencé a experimentar una serie de sensaciones muy agradables en todo el cuerpo que hicieron que me preguntara: «¿Qué es esto que siento?». Todo comenzó a tomar forma en las clases de música, que muy rápidamente se convirtieron en mis favoritas. Desde que empezamos la práctica de canto, no podía pensar en otra cosa. Había descubierto al fin la fuente de alegría y satisfacción que iluminaba mi existencia. A partir de ese momento, el canto empezó a ser el canal por el cual, sin saberlo, se expresaban mis emociones.
Recuerdo estar en el patio de la casa de mi abuela, donde yo vivía, completamente fascinado por la canción y su melodía. Cantaba y, de alguna manera, sentía cómo la música me absorbía. La melodía fluía a través de mis venas, recorría cada rincón de mi cuerpo con sus tonos y armonías, despertando en mí un imaginario fantástico, vivo y ágil. Mi mente se iluminaba con una creatividad desbordante, visualizando cada escena de la canción con lujo de detalles, tan vívidos que los pelos de mi nuca se erizaban. La música despertaba en mí emociones tan intensas que sentía como si mi alma bailara de alegría dentro de mi ser.
Recuerdo que me paraba en el centro del patio de la casa de mi abuela, que era pianista, y, con una sencillez muy fluida, sentía cómo todo mi cuerpo se llenaba de una felicidad muy sincera, mezclada con una sensación de libertad inmensa.
Era increíble cómo esa poderosa sensación se apoderaba de mí, dejando mi mente completamente rendida ante la magia de la canción. Mientras mi cuerpo, mis brazos, mis manos, seguían los movimientos sutiles del ritmo, mi pecho se expandía con suspiros profundos, como si estuviera respirando el aire fresco de una montaña. La atmósfera creada por la canción me liberaba por completo. En cada acorde, en cada cambio de tonalidad, mi ser se abría sin restricciones, como si mi voz misma se fundiera con la música. Era una confianza inexplicable. Algo que no sabría con exactitud cómo describir, pero me sentía como un ave surcando los cielos. Completamente libre. Sin duda, ese fue un descubrimiento único; algo que marcaría mi desarrollo como ser humano para siempre.
Me preguntaba a mí mismo: «¿Qué es esto que siento en el cuerpo? ¿Qué es esta sensación tan maravillosa que recorre cada rincón de mi ser?». Era un placer tan inmenso, tan arrollador, que mi alma brotaba como un río desbordado, arrastrada por la lluvia de felicidad que la música y el canto traían consigo. Esa lluvia me nutría, llenándome de una plenitud y vitalidad tan intensas que, en ese preciso momento, supe con certeza que no quería hacer nada más en mi vida que cantar. La música se había convertido en la esencia más viva de mi ser y en la fuerza que me conectaría profundamente con mi alma y mi propósito.
Cantar abrió ante mí las puertas de una represa interna, liberando el torrente de agua que yacía oculto en mi corazón y permitiendo que mis emociones fluyeran sin restricciones por el río de mi conciencia, para que, de ese modo, me encontrara cara a cara con mi alma, con mi ser más genuino y con Dios.
Fue así como el canto llegó a mi vida. Y, en ese preciso momento, descubrí un amor inmenso por él. También supe que el canto sería mucho más que una pasión pasajera; sería una parte integral de mi evolución personal, una herramienta poderosa para sanar, comprenderme y entender el mundo que me rodea, para así también ayudar a otros. Porque lo que ocurre al cantar, sucede también en la vida. Y con el paso de las páginas llegarás a comprender por qué digo esto.
Aunque debo admitir que ese descubrimiento tan hermoso también estuvo marcado por momentos de frustración, que se alargaron durante mucho tiempo. Para mí, fue todo un camino lleno de desafíos y obstáculos que mejoraron mi escucha a base de experiencias. Un proceso complejo que me enseñó valiosas lecciones. Volver a conectar con esa esencia profunda, esa fuerza que había descubierto en ese patio de mi infancia, fue un verdadero viaje de aprendizaje. Cada paso, cada tropiezo, no eran más que parte del camino, y eso me fue acercando cada vez más a la comprensión de lo que el canto realmente significaba para mí. Y, al final, entendí que solo a través de esa escucha podía llegar a abrazar completamente mi...