Schweitzer Fachinformationen
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Introducción. Amigos del Esposo
En nuestros días los sacerdotes y obispos viven un tiempo de prueba e incluso de crisis, pero este tiempo difícil puede convertirse en una oportunidad de conversión y crecimiento, con la gracia de Dios y el deseo de responder mejor a su Palabra. Si hubo un tiempo en que el clero reinaba como señor sobre el rebaño de los fieles, con el riesgo de caer en el clericalismo, el espíritu de castas y el abuso de poder, este tiempo ha pasado. Los escándalos, las humillaciones y el desgaste de estos últimos años han sumido al alto y bajo clero en un estado de vulnerabilidad, si no de desconcierto, que se reconoce en signos de cansancio, de tensiones, e incluso de desaliento y hasta en gestos desconsiderados.
Los obispos son asaltados por la gestión de supuestos o verdaderos casos de abuso, no solo sexuales1. Los resultados de las encuestas en las últimas décadas, ampliamente divulgados, han sembrado la inquietud, el desconcierto, por no decir el pánico. La operación transparencia, que pretende recuperar la credibilidad, da lugar a reacciones rápidas y enfrentadas. Por un lado, está la carrera por conseguir soluciones disciplinarias improvisadas, por otro, la propuesta de tesis innovadoras, pareciendo todo ello un «sálvese quien pueda» institucional más que una conversión en profundidad, que podría tranquilizar al pueblo de Dios y engendrar nuevas vocaciones.
Los sacerdotes se sienten incómodos en su papel, más que nunca incomprendidos, e incluso a menudo bajo sospecha a priori de conducta indebida o de doble vida, en un mundo que no valora la castidad y no cree en un compromiso de amor definitivo. Muchas comunidades parroquiales ven envejecer a sus sacerdotes y constatan que están sobrecargados, desbordados, incluso agobiados por sus tareas y por el ambiente general que los rodea. En los países de raíces cristianas todavía se ofrecen los servicios esenciales, pero los efectivos disminuyen, el ánimo decae, las perspectivas pastorales son bastante sombrías, a pesar del impulso misionero encarnado en el papa Francisco, y propuesto con fuerza en su Exhortación apostólica programática Evangelii gaudium.
El futuro del celibato sacerdotal en tela de juicio
En el campo de la pastoral ordinaria, ¿quién no se siente dividido por dos sentimientos contrarios? Puesto que, por un lado, se insiste en la conversión misionera que debería testimoniar y despertar el entusiasmo; por otro, estamos internamente minados por la impresión de un final de época, en la que desaparecen los restos de una pastoral de mantenimiento, que era familiar en tiempos de cristiandad, pero que es ineficaz en el nuevo contexto. ¿Cómo reaccionar adecuadamente y adaptarse a las necesidades de la evangelización, sin la que las prácticas de antaño corren el riesgo de sumirse en la insignificancia? Los bautizos disminuyen, los matrimonios también, la confesión desaparece a pesar de todos los esfuerzos por restaurarla, hay pocos sacerdotes disponibles para garantizar la Eucaristía en todas las comunidades, y allí donde celebran, pocos se apresuran a nutrirse de ella como de una realidad vital. ¿Cómo despertar la fe en las almas y volver a inculturarla en un mundo secularizado? ¿Cómo mantener la mecha todavía humeante y encender el fuego que Cristo vino a prender a la tierra?
Estas preguntas preocupan a los sacerdotes de manera lacerante y les interrogan sobre el sentido y los límites de su propio ministerio. Está claro que las recetas pastorales, que podían estimular a las comunidades después del aggiornamento del Concilio Ecuménico Vaticano II, no responden ya a los problemas de hoy. El entusiasmo por la liturgia, las estructuras de consulta a distintos niveles, los movimientos apostólicos y muchas otras realidades han cedido el paso a corrientes de secularización o reivindicación que han cambiado notablemente las costumbres de los sacerdotes y las exigencias de su ministerio. Hoy el mundo cristiano de antaño ha cambiado tanto; el ambiente cultural está tan desarraigado y modelado por otros valores que se lucha no solo por salvar lo esencial de la fe sino por discernir las costumbres y estructuras que garantizan su vitalidad. De ahí los interrogantes recurrentes y cada vez más críticos sobre el celibato sacerdotal.
En un mundo que camina etsi Deus non daretur, «como si Dios no existiese», el modelo del sacerdote al frente de una comunidad parroquial parece haber fracasado, y su estilo de vida con frecuencia ya no es comprendido o valorado. La soledad, la sobrecarga, los peligros y la incertidumbre de cara al futuro inquietan a los jóvenes y motivan a algunos a buscar en la vida religiosa en lugar de perseverar en la vía diocesana, o a servir en las diócesis dentro de fraternidades sacerdotales que ofrecen condiciones más favorables2. Los mismos sacerdotes sienten que ya no tienen atractivo y no se sienten gratificados por su ministerio, pues constatan la desafección de los fieles a la hora de acudir a los sacramentos; a esto se añade el hecho de que se encuentran dispersos y poco conocidos en un amplio territorio, del que llegan a ser responsables abarcando varias antiguas parroquias. Esta descripción evidentemente no abarca todas las situaciones, y debería ser matizada según el contexto y los diferentes grados de secularización. Sin embargo, no se puede negar una marcada tendencia que afecta profundamente a la vida de los sacerdotes y a sus esfuerzos de adaptación a las nuevas condiciones de la misión.
Se podría seguir dando vueltas durante mucho tiempo sobre las dificultades en esta hora, pero un discurso pesimista o amargo no aportaría nada a la causa del Evangelio. ¿Es posible recuperar el entusiasmo de la propia vocación en las condiciones presentes, e impulsar la misión de los sacerdotes de una manera que sea humanamente viable, espiritualmente significante y pastoralmente eficaz? ¿Cómo llevar a cabo la conversión misionera que el papa Francisco encarna en su persona, por medio de la creatividad y audacia que manifiesta en medio de las dificultades y resistencias, no menores que las que se viven en el ámbito de las diócesis y parroquias?
En búsqueda de nuevos caminos en el contexto misionero
La Iglesia católica está ahora comprometida en la vanguardia de la causa ecológica con el Sínodo para la Amazonía, que vuelve a poner en el punto de mira la Encíclica Laudato si' y el gran objetivo planetario de una ecología humana integral. Se anuncian prometedores diálogos y se perfilan nuevas estrategias misioneras. Estas podrían tener un impacto a largo plazo sobre el ministerio sacerdotal, ya sea localmente, ya sea más ampliamente, dada la influencia globalizante de una cultura mediática sin fronteras. Algunos aspiran a adoptar rápidamente la solución pastoral de los viri probati, es decir, de hombres casados, cabezas de familia estables, que podrían ser ordenados sacerdotes a fin de garantizar la celebración eucarística en las comunidades autóctonas dispersas que parecen ajenas al valor del celibato. El Sínodo para la Amazonía debe tratar la cuestión3.
Estas perspectivas pueden ser tentadoras para algunos y fuente de inquietud para otros, si se tiene en cuenta que ahí se mezclan elementos de ideología y estrategia para llegar a resultados más ambiciosos y más importantes a nivel universal. Corrientes de pensamiento liberales, o francamente contestatarias, reaparecen para sacar partido de la situación y proponer programas de reforma que van más allá de las intenciones y orientaciones del papa Francisco. El Santo Padre ha puesto claramente la operación sinodal bajo el amparo del Espíritu Santo y en un clima de oración, diálogo y apertura a la novedad. Pero cuenta con la libre discusión para garantizar un discernimiento útil a la evangelización, en un contexto en el que se enfrentan no solo ideas divergentes acerca de la inculturación e interculturalidad, sino también intereses contrarios y fuerzas hostiles a la influencia de la Iglesia.
Dicho esto, los nuevos caminos que se abrirán darán frutos evangélicos si son coherentes con un anuncio integral del Evangelio, sine glossa, que no sacrifica nada de los valores permanentes de la tradición cristiana. A este respecto ciertamente tenemos que desarrollar una creatividad pastoral atenta a las características de las culturas particulares, pero tenemos que verificar, en primer lugar, la calidad del testimonio de los misioneros, que pueden transmitir eficazmente la fe si esta impregna toda su vida y motiva sin ambigüedad su estilo de vida y su actividad evangelizadora. Si la sensibilidad hacia los aspectos eclesiales de inculturación e interculturalidad debe dar lugar a una formación misionera más exhaustiva, lo esencial de la evangelización sigue siendo siempre la conciencia misionera personal y eclesial que emana del encuentro íntimo con Jesucristo y de su llamada a testimoniar una vida divina que trasciende todas las culturas y que, por esta misma razón, hace posible un encuentro pacífico entre la cultura de los misioneros y la cultura local.
Bajo esta luz, buscar caminos nuevos para la evangelización de los autóctonos en la Amazonía significa superar un enfoque que sería insuficiente si solo contemplase las cosmovisiones amazónicas, en un esfuerzo de síntesis intercultural que corre el riesgo de ser artificial y sincretista. La unicidad de Jesucristo y, en cierta medida, de la cultura bíblica impone un diálogo respetuoso de las culturas pero claramente orientado a la conversión al...
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