Schweitzer Fachinformationen
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Llamaron muy temprano a la puerta de mi habitación. Tenía una llamada de teléfono. Me abalancé sobre el aparato de la recepción -en el Acropole no hay teléfono en las habitaciones- sin imaginar quién diablos podía llamarme a Jartum. Era Faisal:
- Siento lo de anoche, la familia me dio una cena de bienvenida y no pude rehusar -se disculpó.
- No te preocupes, no me importó -traté de ser todo lo convincente que pude.
- Si quieres, paso a recogerte dentro de media hora y te ayudo con los trámites del permiso.
- Nada me agradaría más -la frase me salió del alma.
Fuimos en un taxi a la prefectura de policía mientras Faisal ejercía de guía turístico y me describía la ciudad que desfilaba ante nosotros. A esa primera hora de la mañana Jartum tenía una apariencia tranquila, de capital de provincias donde nunca ocurre nada. Sólo el zócalo que forman las tres calles principales, Al Gamhuriya, Al Gama'a y Sharia el Nil, está asfaltado y posee algún edificio de más de dos plantas. El resto es una cuadrícula de calles de tierra trazadas con tiralíneas sobre la margen derecha del Nilo azul según el esquema de la bandera de la Union Jack -una plaza central con cuatro grandes avenidas radiales-, como hicieron los británicos con otras muchas de sus posesiones de ultramar. Del Nilo salían vapores blanquecinos que remoloneaban unos segundos sobre las aguas de chocolate para desaparecer tan pronto como eran alcanzados por los rayos de sol, dejando en las orillas un vaho de humedades y olores acres a orines y selva lejana. Sobre el cauce flotaban troncos y ramas verdes arrancadas quién sabe a cuántos cientos de kilómetros de allí, en Uganda quizá, o en Burundi o en Etiopía, cuyo verde lujurioso, casi insultante, chirriaba con la interminable planicie reseca que rodea Jartum. Filas de nims, un árbol de hoja perenne y acicular traído desde India por los ingleses, amenizaba las aceras del centro económico y financiero de la ciudad. El nim, muy apreciado en climas secos porque consume poca agua y crece rápido, tiene un olor muy desagradable, pero fue muy utilizado por los colonizadores británicos porque ahuyenta los mosquitos. Quizá alguno de esos nims estuviera ya plantado aquí cuando Gordon, El Chino, regresó a Jartum, o existía la posibilidad de que fueran esquejes de aquellos árboles que perfumaban Jartum durante la resistencia heroica y fútil del general asceta, que no se parecía nada a Charlton Heston y que, además, acabó con la cabeza separada de su tronco.
Porque Gordon volvió de nuevo a Jartum. Su salida del país en 1879 coincidió con la llegada de un nuevo personaje, que sería clave en el reparto de esta ópera trágica sudanesa. Mohammed Ahmad, joven líder militar de la región de Dongola, visionario, estricto seguidor de las enseñanzas del Profeta y dotado de un fascinante poder de persuasión, se autoproclama Mahdi, el elegido de Mahoma para eliminar al diablo (encarnado en el hombre blanco e infiel) del mundo. El Mahdi recorre el país ganando adeptos con sus encendidos sermones -o con las armas de sus fanáticos seguidores, los ansar, cuando las buenas palabras no funcionaban- y funda el movimiento Mahdeya, que repudia los bienes materiales, las fiestas, las riquezas y el tabaco, y llama a la guerra santa a los sudaneses para fundar un reino de Dios, basado en los principios del Corán. Con él nace el primer movimiento integrista sudanés. En 1881 se une a otro cacique local, Abdallahi Ibn Muhammad, y sitia la ciudad de El Obeid. Los habitantes que no se rinden mueren de hambre. El coronel británico William Hicks y toda la guarnición egipcia de la ciudad son pasados por las armas. El Mahdi continúa su avance victorioso y conquista también la región del Darfur, encarcelando al gobernador austríaco Rudolph Stalin. Ante el cariz de los acontecimientos, el gobernador egipcio que sustituyó a Gordon envía un mensaje al Mahdi citándolo en Jartum para parlamentar, al que el líder sudanés responde: "Por la gracia de Dios y del Profeta, soy yo el encargado de este país".
Poco a poco, todo Sudán va cayendo en sus manos. Los ansar, nómadas del Kordofán que formaban el grueso del ejército Mahdeya, luchaban poseídos por la fe del que muere en una causa justa. La primera línea se lanzaba sin dudar contra los fusiles egipcios y caía inevitablemente agujereada por las balas de los soldados regulares, que eran a su vez masacrados sin piedad por la segunda fila Mahdeya, sin apenas tener tiempo para recargar sus armas.
En medio de esta situación, en 1882, Egipto pasa a ser un protectorado británico y el primer ministro de su Graciosa Majestad manda de nuevo a Gordon a las arenas del desierto nubio para ayudar a la guarnición y a los notables pro-egipcios de Jartum. El general llega a la capital del país, que por aquellas fechas contaba con sesenta mil habitantes, en enero de 1884, acompañado de varios oficiales ingleses y una pequeña tropa de soldados egipcios. Tres días después, las fuerzas del Mahdi alcanzan Omdurman, al otro lado del Nilo, y cercan la ciudad. La resistencia numantina de Gordon se convirtió en una de las más memorables páginas de las guerras coloniales recreada por los historiadores gracias al diario personal que Gordon fue escribiendo durante ese largo año de asedio. Tan pronto como el general informó a Londres de la situación, el gobierno estableció el envío de un numeroso contingente de hombres y armas para reforzar su posición, pero la lentitud y la parsimonia con la que este ejército se organizó y se puso en marcha hacia Jartum a través del valle del Nilo es uno de los puntos más oscuros de la historia colonial británica.
Después de muchas promesas, el 17 de septiembre de 1884 Gordon deja de creer en los comunicados oficiales que le aseguran que la tropa de rescate se encuentra ya cerca: "Tengo fuertes sospechas de que esos cuentos de tropas en Dongola y Meroe son balones de gas -escribe en el diario-, y que si queremos ver a las fuerzas de Su Majestad deberíamos ir al hotel Shephard, en El Cairo". Sus sospechas no eran del todo ciertas. En efecto, en esas fechas un batallón de infantería había alcanzado ya la localidad de Dongola, entre la tercera y cuarta catarata, pero las barcazas que deberían de llevarlos a ellos y a sus víveres río arriba acaban de salir de Alejandría. Y todavía peor: el resto de las tropas que deberían de cruzar con ellos en camello el desierto de Bayuda estaban todavía en Londres. En cualquier caso, el Mahdi se encontraba aún lejos del escenario, en el Kordofán, y sus lugartenientes aún no habían completado el cerco a la ciudad. A finales de ese mismo mes, Gordon decide mandar río abajo la barcaza de vapor Abbas, defendida por ochocientos hombres a cargo de los oficiales Stewart y Power, con la esperanza de encontrar a los refuerzos en Metemma. A bordo viajan cartas oficiales para sus superiores y el cónsul francés, que trata de huir del cerco de Jartum. Casi la mitad de la fuerza defensiva y tres cuartas partes de la ofensiva con que contaba El Chino para proteger Jartum viajaban a bordo de aquella nave. No se supo más de ellos hasta que el 21 de octubre de 1884, el día del Año Nuevo del calendario árabe, llegaron terribles noticias: El Abbas había caído en una emboscada mahadista. Stewart, Power, el cónsul y la mayoría de los soldados habían sido asesinados y los documentos oficiales, en los que Gordon detallaba sus fuerzas, la munición disponible y la cantidad de alimentos que quedaban en la ciudad, se encontraban en manos del enemigo. "Sería terrible si eso fuera verdad", escribió en el diario. A última hora del día llegó un despacho enviado por el Mahdi. Éste se encontraba ya en Omdurman, al frente de sus seguidores, y le comunicaba la captura del Abbas y de la documentación, que estaba siendo revisada de manera concienzuda por sus expertos. Gordon le contestó: "Me da igual que hayan capturado veinte mil vapores como el Abbas o hayan dado muerte a veinte mil oficiales como Stewart. Espero ver a esos hombres de vuelta, pero si es verdad, como dice el enviado del Mahoma, que esos ingleses han muerto, no tiene la mayor importancia. Yo sigo aquí, tan fuerte como el hierro".
A partir de ese momento, el cerco musulmán se intensificó; pero, ¿dónde estaba la expedición de refuerzo británica, aquel 21 de octubre? Todavía en Wadi Halfa, a seiscientas millas al norte (unos mil kilómetros), en la frontera con Egipto, atascada con la logística del transporte, con escasez de carbón y la maquinaria administrativa perdida en buenas palabras. Doscientas barcazas inglesas habían pasado ya ese punto, pero se encontraban retenidas al pie de la segunda catarata, esperando que otros sesenta navíos nativos que habían llegado antes fueran vadeando, a mano y por la orilla, este importante accidente orográfico que impide la navegación por el río.
El 2 de noviembre Gordon hace recuento de las provisiones. Quedan sólo para seis semanas. "Hay que arrojar la toalla", dice; pero luego recapacita y decide no comentar nada a la población ni racionar los víveres para que no cunda el desánimo y evitar que la tropa, compuesta en su mayoría por nativos, desertara si se le recortaba el rancho. Durante todo el mes de noviembre el cerco fue haciéndose más agobiante. Los mahadistas atacaron por el norte de la ciudad, no lograron entrar, pero sellaron todo contacto con el exterior. El general hizo recuento: ochocientos o novecientos hombres muertos y doscientos cuarenta y dos heridos.
El 5 de diciembre sólo quedaban veintiuna mil libras de harina y ciento...
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