1. El punto de contacto: Los fundamentos teológicos de la apologética eficaz
2. Los puntos de contacto: Su identidad y su potencial
3. El paso de fe: De la aceptación al compromiso
4. ¿Qué impide que una persona se haga cristiana? Identificar las barreras para la fe
5. Las barreras intelectuales para la fe
6. El choque entre cosmovisiones: Los rivales modernos del cristianismo
Introducción
¿Por qué hablar de la apologética?
¿Qué es la apologética cristiana? En su sentido básico, es la apología de la fe cristiana,1 la exposición y la defensa de su afirmación de ser la verdad y de tener relevancia en el gran mercado de las ideas. A medida que en nuestros tiempos la evangelización adquiere cada vez más importancia dentro de la comunidad cristiana, se vuelve progresivamente más relevante la necesidad de justificar responsable y seriamente los temas esenciales de la fe cristiana. La apologética tiene como meta dotar a la evangelización de integridad y de profundidad intelectuales, garantizando que la fe permanezca arraigada en la mente tanto como en el corazón. La fe cristiana no consiste solamente en sentimientos o emociones, sino en creencias. Creer a Jesucristo no supone tan solo amarle, adorarle y poner la confianza en él; conlleva creer determinados aspectos concluyentes sobre su persona, creencias que aseguran firmemente y justifican ese amor, esa adoración y esa confianza. La creencia en Dios está unida indisolublemente a las creencias sobre Dios. La meta principal de la apologética cristiana es generar un clima intelectual e imaginativo propicio para el nacimiento y el crecimiento de la fe, la fe en toda su plenitud y su riqueza.
Pero, ¿cómo se consigue esto? La apologética tradicional se ha fundamentado en la preconización de la racionalidad de lo que afirma ser la verdad cristiana.2 Ha centrado firmemente su mira en los grandes enigmas intelectuales que a través de cada uno de los siglos se han pensado que suponen un obstáculo para tener fe en Dios, como el enigma del sufrimiento humano o las dificultades para demostrar sin género de dudas la existencia de Dios. La apologética, al refinar sus argumentos y establecer distinciones y sutilezas cada vez más sofisticadas, ha querido garantizar que la voz cristiana siga escuchándose en medio de un mundo intelectual paulatinamente más secularizado.
El uso de la apologética tradicional goza de un historial distinguido dentro de la tradición cristiana. Ha servido bien a la Iglesia a lo largo de los siglos y seguirá haciéndolo en el futuro. Pero no todo anda bien. A menudo, la apologética tradicional parece apoyarse en un mundo que está moribundo, un mundo en el que las pretensiones de la verdad del cristianismo se ponían a prueba sobre todo en las aulas de las antiguas universidades, y donde se consideraba que la racionalidad era el criterio definitivo de toda justificación.3 Se creía que las estrategias apologéticas eran independientes del tiempo y del espacio; se podían utilizar una y otra vez los mismos principios generales, como si fueran permanentemente reciclables. Las preguntas eran las mismas, tanto si se formulaban en la Universidad de París en el siglo XIII, en la de Oxford en el XVIII o en la Universidad de Princeton en el siglo XIX. Además, las preguntas globales recibían respuestas globales. Si las preguntas eran las mismas, también lo eran las respuestas. Sí, es posible que estas últimas fueran cada vez más refinadas y sofisticadas, pero, a pesar de ello, esencialmente seguían siendo las mismas y se basaban en recursos filosóficos clásicos similares.
Y es aquí donde podemos discernir un gran punto débil de algunas concepciones apologéticas clásicas. Con demasiada frecuencia la apologética clásica parece descansar sobre el sentido común o la tradición filosófica occidental, olvidando los recursos teológicos que tiene a su disposición. Por poner solo un ejemplo, raras veces se ha aprovechado el pleno potencial teológico de las doctrinas cristianas de la creación y de la redención. Esto ha dado como resultado el empobrecimiento de la calidad de la apologética cristiana, tanto en su sustancia como en su exposición. Si los apologistas se apoyan solamente en los recursos de la razón, desperdician recursos vitales que están a su disposición y a los que se espera que recurran. El concepto de un "punto de contacto" (que se fundamenta rigurosamente en las doctrinas de la creación y de la redención) ilustra la importancia de esta conclusión. Por lo tanto, este libro aspira a tener un punto de vista teológico, salvaguardando las preciosas revelaciones que el propio evangelio (y no los estilos de razonamiento occidentales) tiene que ofrecer a quienes lo defienden y lo proclaman.
Como cualquier otra disciplina importante, la apologética disfruta de una larga y respetable genealogía. Desde la época del Nuevo Testamento, los cristianos han defendido su fe contra todo tipo de crítica y de mala interpretación.4 Esta historia constituye una materia fascinante por derecho propio. Resulta apasionante el modo en que Arístides, Justino Mártir y Atenágoras defendieron y justificaron la fe cristiana en el mundo grecorromano del siglo II, sacando a la luz intrigantes facetas colaterales sobre temas como la naturaleza del platonismo medio y las interpretaciones equívocas de la adoración cristiana en aquella época (¿Se devoraban unos a otros o no? Sus fiestas de comunión, ¿eran en realidad orgías?).
Pero en este punto debemos hacer una advertencia. La situación sobre la que hablaron escritores como esos suele tener escasa relevancia apologética en nuestros tiempos, por muy atrayente que resulte para los historiadores del pensamiento. La Alejandría del siglo II, el París del XIII y el Cambridge del XVII (por mencionar algunos períodos notables en la historia de la apologética cristiana) están firmemente anclados en el pasado. Aquellas circunstancias no tienen necesariamente una gran relación con las nuestras. Existe el peligro muy real de que un manual de apologética caiga en un dilatado análisis histórico simplemente porque eso es lo que espera el lector. La experiencia sugiere que, con demasiada frecuencia, esta sección de la obra suele pasarse por alto considerándola un contenido irrelevante para el asunto que nos traemos entre manos. "¿A quién le importa lo que tuviera que decir Justino Mártir cuando eso tiene interés solo para los anticuarios? ¡Lo que exige nuestra atención es la situación actual!".
Y es que ciertamente las circunstancias han cambiado. El terreno del debate se ha alejado radicalmente de las universidades y del enfoque "de manual" propio de ellas. Ahora el cristianismo debe luchar por su vida no en los seminarios de las universidades, sino en el mercado de las ideas. El estudio de televisión, la prensa nacional, la cafetería universitaria y el centro comercial local son las nuevas lizas del debate donde se examinan y se ponen a prueba las verdades que defiende el cristianismo. El cristianismo debe postularse como una cosmovisión relevante para la vida, no solo como un sistema inherentemente racional. Y mientras las grandes cuestiones universales, como el sufrimiento, siguen apareciendo en la agenda de esta nueva generación, en primera plana tenemos una serie de problemas locales, y si queremos que el cristianismo siga siendo una opción viva en cualquier región dada, los temas locales nos obligan a construir una apologética local.
Sobre todo, debemos ser conscientes de que la apologética es algo más que una alabanza de los atractivos intelectuales del cristianismo. La apologética clásica ha tendido a tratar el cristianismo únicamente como un conjunto de ideas que chocan con una serie de barreras intelectuales que se pueden neutralizar, o quizá incluso superar, mediante argumentos juiciosamente planteados. Con excesiva frecuencia, la apologética tradicional ha intentado defender el cristianismo sin preguntarse por qué hay tantísimas personas que no son cristianas.5 Parece relativamente inútil promulgar el atractivo de la fe cristiana si esto no va acompañado del esfuerzo radicalmente intenso de descubrir por qué aquella resulta tan evidentemente carente de atractivo fuera de esa comunidad. Quienes aún no han descubierto el cristianismo, y quienes lo han rechazado, ya sea inconsciente o deliberadamente, a menudo lo hacen por motivos totalmente ajenos a la temática de la apologética tradicional. Para poder someter a juicio esas razones es necesario identificarlas para abordarlas utilizando los recursos pertinentes.
¿De qué tipo de razones hablamos? A menudo la historia conspira contra el cristianismo señalando a asociaciones inadmisibles pasadas entre la Iglesia cristiana y la opresión política o social. Es frecuente que la cultura deje sentir su peso contra el evangelio al sostener por implicación que ser cristiano es inaceptable. Es habitual que ser cristiano suponga adoptar un conjunto de valores que va en contra de los de la cultura predominante. Como resultado de ello, a los cristianos se les encuadra en la categoría de forasteros de la cultura, personas que no encajan en sus grupos respectivos. Esto puede llevar al desarrollo de una contracultura cristiana.
En cierto aspecto, este tipo de presiones no tiene una naturaleza intelectual. No son "argumentos" en el sentido de una postura justificada racionalmente contra la fe cristiana. Pero es indudable que existen estas presiones, y también otras. Afectan a las personas; conforman sus actitudes hacia la fe, creando prejuicios en contra de esta.6 Forman parte de una matriz más amplia de argumentos, actitudes y valores que, colectivamente, van generando...