Prólogo
Andreja Pejic
Hace casi cien años, el revolucionario comunista León Trotski nos dejó estas poderosas palabras acerca del arte junto con una bonita visión del futuro:
El arte se hará entonces más abierto, más maduro, más fuerte; será la forma más alta de edificación progresiva de la vida en todos los terrenos, y no sólo en el de lo «bello», como algo accesorio sin relación con lo demás. Todas las esferas de la vida, como el cultivo de la tierra, la planificación de la vivienda, la construcción de teatros, los métodos pedagógicos, la solución de los problemas científicos, la creación de nuevos estilos, interesarán a todos y cada uno. La gente se dividirá en «partidos» sobre la cuestión de un nuevo canal gigantesco o de la distribución de oasis en el Sahara. [.] Tales divisiones no estarán envenenadas por ningún egoísmo de clase o casta. Todo el mundo estará interesado por igual en el éxito de la comunidad. La lucha tendrá un carácter puramente ideológico. En ella no habrá nada de persecución del propio interés, no habrá mezquindades, traiciones, sobornos ni ninguna de estas cosas que son esenciales a la «competencia» en la sociedad dividida en clases. No por eso será la lucha menos excitante, dramática y apasionada. [.] El hombre normal se elevará a las alturas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx. Y por encima de estas alturas se elevarán nuevas cúspides.[1]
Esta era la visión que Trotski tenía en 1924 sobre la sociedad socialista. Como ya sabemos todos, esta sociedad no se materializó. La Revolución rusa quedó aislada en el escenario mundial, se impuso la teoría de Stalin del «socialismo en un solo país» y el Estado se desintegró en una dictadura burocrática. Se le arrebató el poder a la clase obrera, se llevó a cabo un genocidio político y la mayoría de los líderes de la Revolución rusa acabaron ejecutados en la Gran Purga. El propio Trotski fue expulsado de Rusia y asesinado en México en 1940 por uno de los múltiples asesinos de Stalin.
Ese mismo siglo fue testigo del triunfante auge del fascismo en Alemania y de otra gran guerra mundial, que vino acompañada de unos niveles inauditos de muerte y destrucción, así como de un genocidio aún más horrible. Hubo numerosos movimientos por todo el mundo, desde África a Asia y América del Sur, que lucharon por un mundo mejor y fueron traicionados de una u otra forma. La Unión Soviética se disolvió en 1991, lo que significó que cualquier resto que pudiera quedar de lo logrado por la Revolución rusa fue entera y definitivamente traicionado.
El capitalismo ha sobrevivido hasta el día de hoy como principal sistema social del mundo no necesariamente por una falta de voluntad o movimientos revolucionarios, sino por una falta de liderazgo revolucionario dotado de principios genuinos. No hemos llegado al final de la historia. No vivimos en una nueva era perfecta, ni en un mundo cibernético hipermoderno, ni en una realidad alternativa edulcorada, ni en los albores espirituales de la tercera ola feminista. Hemos trasladado a nuestro siglo todas las tragedias del anterior, salvo -de momento- la guerra global, aunque tampoco eso se puede descartar. Nuestro medio ambiente está al borde del colapso ecológico. En este planeta, ocho multimillonarios poseen más riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. La pobreza, el hambre, la ignorancia, la depresión, la enfermedad y las epidemias no han sido erradicadas. Nuestra tecnología ha mejorado inconmensurablemente, pero en muchos aspectos hemos sufrido un declive cultural e intelectual. Mi generación ha crecido rodeada de regresión social, no de progreso social.
Es verdad que hoy en día hay más diversidad en las capas altas y más minorías representadas en los escalones superiores, pero eso no es un verdadero progreso. Actualmente confundimos el avance profesional personal con un avance social a gran escala, pero que a unos cuantos les toque la lotería, o incluso a cien o a mil personas de entornos, géneros y colores distintos, no es igual a que millones y millones de personas vean cómo su nivel de vida mejora de forma real y tangible. Lo que podría salvar vidas transgénero sería una distribución radical de la riqueza, y no un simple cambio en las palabras, en las actitudes o en el reparto de papeles en el cine o en las series de televisión, algo que las políticas identitarias suelen conseguir por medio de la intimidación y el ataque a la libertad artística.
Aun así, las palabras que he citado al principio me inspiran una gran esperanza en el arte, la moda y nuestro futuro colectivo. Tampoco podemos obviar el hecho de que si bien la Revolución rusa no nos legó la sociedad que anhelábamos, sí que alumbró principios extraordinarios y avances en planificación económica, ciencia, arte y cultura.
A menudo, los hombres con los que salgo, los periodistas o mis propios amigos se sorprenden de mi educación política. Para la mayoría de la gente, ser modelo es algo que se sitúa en las antípodas del marxismo, como si se tratara de dos factores que nunca deberían ir juntos. Tansy Hoskins ha hecho un buen trabajo al aplicar el marxismo a la moda. Trotski aplicaba el marxismo al arte de su época. Es posible que la moda se haya construido una imagen increíblemente elitista, perversa, excesivamente refinada e innecesariamente despiadada; tal vez sea, como cita Tansy, «la hija favorita del capitalismo» y una industria implacable e insaciable por sí misma, pero no deja de ser una forma de expresión artística. El diseñador sigue siendo un creador. Para mí la moda es comparable, sobre todo, a la arquitectura, porque el sentimiento queda en un segundo plano con respecto a la técnica, la construcción y la estética externa, mientras que, por supuesto, en la música, el teatro, el cine y la pintura el sentimiento es lo principal. Sin embargo, el sentimiento, la empatía por el mundo, la comprensión de la época, el conocimiento de la historia y el amor por la humanidad acostumbran a hacer que toda forma artística y toda persona acaben siendo mejores. La Bauhaus lo entendió así. Hoy en día, hay demasiada moda centrada en las prendas de ropa, y no lo suficiente en el hecho de vestir al ser humano. Como resultado de la decadencia cultural y la prevalencia del pensamiento capitalista, la mayoría de los ámbitos creativos adolecen actualmente de una falta de respeto hacia la humanidad, pero esto se acentúa especialmente en el mundo de la moda. En consecuencia, no hemos generado demasiado arte, ni grandes artistas ni pensadores. ¿Dónde está el Shakespeare de nuestra era? ¿Dónde está el Shakespeare de la moda?
Una amiga mía que es muy espiritual y new-age me dice que no soy una verdadera marxista porque compro en Walmart. Seguramente lo dice en broma, pero en cualquier caso refleja una forma de pensar muy característica de todo un sector de gente «radical» de clase media. Una forma de pensar que empieza y acaba en el consumismo progresista. El Manual anticapitalista de la moda demuestra claramente que el problema va más allá de una, dos, tres o una docena de empresas. El consumismo progresista está muy bien, siempre y cuando no nos dediquemos a sermonear o a juzgar a la clase trabajadora o a los pobres con un poder adquisitivo muy inferior; pero no se podrá lograr un verdadero cambio estructural sin atacar de forma organizada y progresista al sistema en su conjunto. Ese ataque solo podrá culminarse con el poder de una clase trabajadora consciente e inspirada por los objetivos socialistas. La creatividad juega un papel no menor a la hora de exaltar y sensibilizar conciencias.
A causa de la pandemia de COVID-19, me trasladé a Nuevo México y me puse a trabajar de camarera a tiempo parcial. En Estados Unidos, mi puesto es el de servir mesas, ocupo el último escalón en la jerarquía del restaurante. A la mayoría le podrá parecer chocante, pero lo que no entienden es que vender ropa a millonarios no te hace necesariamente millonario. La gente se ha formado la imagen de que las modelos son la máxima expresión de la «élite». Y no: el simple hecho de que los hombres ricos quieran acostarse con nosotras no nos convierte en parte de su clase. Bueno, podría pasar, pero para conseguirlo una chica debería realizar una cantidad importante de trabajo sucio y degradante, cosa que nunca me interesó realmente; en el peor de los casos, solo coqueteé con esa idea.
Sin embargo, hay muchas modelos que provienen de entornos difíciles y desfavorecidos, y es cierto que la industria nos saca de ese entorno. La oportunidad de trabajar de modelo puede ser un billete dorado para salir de la pobreza (aunque tal vez no sea el caso de Kendall Jenner). Pero muy a menudo te abre una vía hacia una existencia de clase media alta, y solo un porcentaje muy pequeño entra en la «élite».
Yo misma estuve expuesta a una enorme atención por parte de los medios, pero nunca recibí mucho dinero, porque siempre me consideraron demasiado artística. Hay modelos que son más «editoriales» o de «alta costura», y...