PRÓLOGO
Aunque la ciencia del carácter es extremadamente reciente, sería enojoso (y esto concretándonos a un período relativamente corto) enumerar las vicisitudes o etapas por las cuales ha atravesado desde el año 1843, en que Stuart Mill en un célebre capítulo de Lógica, proclamó la utilidad y la posibilidad de lo que él llamó Ethología, y Julius Bahnsen, cinco años después, Caracterología, y W. Stern, en el año 1900, Psicología Diferencial, hasta los recientísimos trabajos de Delmas y Boll, William Boven y Alfredo Adler sobre la personalidad humana, la Caracterología y la Psicología individual. Limitémonos, por tanto, a decir que, en nuestro concepto, en definitiva, la más alta finalidad de esta nueva ciencia es explicar, prever y modificar (aunque sea superficialmente) la conducta individual, partiendo del conocimiento de su manera, "relativamente una constante, de sentir, querer y pensar". Y que los términos carácter, temperamento y personalidad afectivo-activa, expresivos de conceptos casi idénticos, los empleamos indistintamente para designar la fisonomía moral del individuo, el conjunto de sus rasgos psicológicos, la dirección que siguen los actos todos de su vida formando, diría Alfredo Adler, una "línea de conducta" regida por un deseo vital u "objetivo único", que es la síntesis de sus instintos y sus hábitos.
Asimilamos esos conceptos, teóricamente distintos, porque, además de la razón práctica antes indicada, al estudiar cada una de sus disposiciones afectivo-activas no hemos olvidado la influencia que en cada una de ellas han ejercido, o podido ejercer, los padres de Antonio Maceo, sus maestros, sus amigos, los libros que leyó, la época y el lugar en que vivió, su alimentación, las enfermedades que padeció, sus hábitos, gustos e inclinaciones, los sucesos en que intervino, su experiencia, y, en fin, todo el proceso de su adaptación al medio físico y moral en que él vivió. Precisa hacer esta salvedad para que no se piense que, incluyendo el estudio de la personalidad adquirida ("yo superficial") en el de la personalidad innata ("yo fundamental"), confundimos lo que acentúa con lo que atenúa la diferencia que existe siempre entre un hombre y otro. Precisamente, para asimilar aquellos conceptos es que hemos analizado, hasta donde nos ha sido posible, sus disposiciones afectivas (avidez, bondad, sociabilidad) y activas (emotividad, actividad), teniendo en consideración, en el examen de cada una, los antes referidos elementos de la personalidad adquirida, que con ellas (con el temperamento) concurren a la formación del carácter.
Tratamos principalmente de la sensibilidad y la voluntad de Antonio Maceo y no de sus aptitudes intelectuales (memoria, imaginación y juicio), porque, por carecer de los elementos necesarios para ello, el referirnos detenidamente a su personalidad intlectual fue para nosotros tarea casi imposible. Dificilísima, y, además, poco útil si se tiene en consideración que si para Ribot y Malapert "la esencia del carácter debe ser investigada o hallada exclusivamente en la sensibilidad" (en el temperamento, sería mejor decir), para W. Boven "el carácter marca el destino de la inteligencia", la cual, según él, no es más que "un instrumento en manos del carácter". Añadamos las palabras del doctor Goyanes: "El carácter, reacción sentimental y volitiva (sentir y querer) es independiente de la junción psíquica consciente del pensar".
Para fundamentar nuestras conclusiones en ese sentido y evitar que parezcan demasiado arbitrarios y dogmáticos nuestros asertos, hemos creído conveniente ilustrarlos con pensamientos y breves relatos (los que más verídicos nos han parecido) de acontecimientos de la vida de Antonio Maceo, aun sabiendo que, a juicio de algunas personas, eso resta elevación a las ideas y es signo de superficialidad o falta de profundidad. No olviden, los que así piensen, que hemos iniciado y terminado nuestra labor sin ideas preconcebidas ni, mucho menos, tendenciosas, urgidos tan solo por el deseo de averiguar cómo fue, y no qué fue (ni qué quiso ser, ni qué debió ser, ni qué pudo ser, ni qué podría ser ahora) Antonio Maceo, aunque a todo esto hayamos aludido necesariamente en más de una ocasión.
De un peligro hemos huido; de un peligro, que es algo más que un obstáculo: el de prestar demasiada atención a las inútiles clasificaciones de caracteres a que tan aficionados son muchos psicólogos que, en un reprobable afán generalizador, pierden el tiempo en crear "tipos" sin realidad y demasiado artificiales. Tímidamente, William Boven se ha referido a esto diciendo que la Caracterología "no está en condiciones de pretender en los momentos actuales fijar el sinnúmero de variedades humanas en una. nomenclatura herméticamente delimitada y precisa como la taxonomía, que clasifica los animales y las plantas".
No hay humanidad, sino hombres, se ha dicho, recordando quizás el clásico "no hay enfermedades, sino enfermos" y su derivado: "no hay delitos, sino delincuentes"... Entre este extremo y el otro: el que reduce las personas humanas a sus elementos comunes, necesario es encontrar un justo medio, es decir, buscar lo que nos singulariza en lo que hay de común entre los demás y cada uno de nosotros. Bien podemos hallar en lo que nos asemeja lo que nos distingue. Y distinguir y asemejar a los hombres es la mejor -si no la única- manera de conocerles. Mientras no realice este ideal, la Caracterología no habrá alcanzado la meta ambicionada. Su fin primordial no debe ser otro que encontrar una norma que sea útil para explicar el carácter de "cualquier" hombre. De todos los seres humanos. Lo que importa (si es que se quiere cumplir el truismo conforme al cual "hay que empezar por el principio") no es conocer las dotes extraordinarias de los hombres superiores, sino investigar cómo sienten ellos lo que sienten todos los hombres, es decir, qué intensidad o desarrollo alcanzan en ellos aquellas disposiciones afectivo-activas a que antes nos referimos, así como en qué forma estas se asocian y combinan para que surja el producto específico que es el carácter de cada individuo, matizado por sus hábitos, gustos e inclinaciones.
Comprendemos que nuestro análisis debiera ser completado por un estudio sintético que fuese como una penetrante mirada de conjunto: que debiéramos unir las piezas examinadas independientemente, y mostrar el carácter completo de Antonio Maceo en su perfecta unidad; pero sabiendo que no podríamos hacerlo como quisiéramos, ¿a qué intentarlo? Si pudiéramos, con todos los capítulos de este libro ocurriría lo que con los titulados Liderazgo, Patriotismo y Racismo. Ved qué brillante síntesis, qué bella totalización, ha hecho Juan Marinello Vidaurreta en "Maceo, líder y masa"; y, si os lo permite la emoción, comprenderéis cuál podría ser el trabajo complementario que no nos hemos atrevido a intentar.
Con todo lo expuesto, dicho queda que no hemos pretendido hacer una biografía, ni una apología, ni un retrato psicográfico, ni un juicio crítico tendiente a fijar la significación histórica o social de Antonio Maceo, sino su análisis caracterológico, esto es, algo que, por su distinta naturaleza, exige una técnica y hasta un estilo también distinto del que, de no ser así, hubiéramos debido emplear. En esto consistirá, probablemente, lo malo o lo bueno que habrá de encontrar en este trabajo la generalidad de nuestros lectores. Y en ello está la causa de su relativa originalidad. El autor no conoce ningún intento semejante a este. No hemos visto ningún libro en que se haya intentado analizar el carácter de un individuo según el plan adoptado por nosotros en este caso. Y tan convencidos estamos de las excelencias del método aquí empleado, que no hemos vacilado en utilizarlo por segunda y tercera vez en nuestros libros, no publicados aun, sobre Máximo Gómez y José Martí. Creemos poder afirmar que, como ocurre siempre, cuando mejor se conocen las ventajas de este sistema es cuando se le ha utilizado más de una vez.
Si múltiples limitaciones, provenientes de diversas circunstancias y de la propia naturaleza de nuestros propósitos, no lo hubiesen impedido, este libro habría aspirado a ser la aplicación práctica de las teorías de Achille Delmas y Marcel Boll en su -por útil y bello- sabio libro sobre el análisis de la personalidad humana. De él hemos adoptado, a pesar de pequeñas discrepancias de criterio en extremos de secundaria importancia, lo que nos ha parecido más importante y de menos difícil verificación, como, por ejemplo, sus ideas sobre las disposiciones afectivo-activas.
Bastan estas indicaciones para que quien comprenda la necesidad que la Caracterología tiene de utilizar conocimientos de toda clase, principalmente sociológicos y psicológicos, pueda imaginar las dificultades con que necesariamente habrá de tropezar todo el que quiera estudiar y aplicar sus postulados a seres muertos hace muchos años en un país cuyos habitantes -antes como ahora-, a una extraordinaria negligencia natural, unen una lamentable indiferencia por los estudios históricos. Pero no por ímproba debe ser abandonada ninguna labor: el triunfo ha sido siempre la resultante de múltiples fracasos. Esta vez habrá acertado, o no, el autor; pero, en uno u otro caso,...