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De un Concilio a otro
Es interesante ver la importancia que los papas de estos últimos tiempos han concedido a la figura de la Virgen1.
De la Inmaculada a la Asunción
Un resumen de la doctrina reciente de la Iglesia sobre la Virgen María deberá comenzar, sin duda, por la evocación de la definición dogmática de su Inmaculada Concepción. Como se sabe, el papa beato Pío IX la proclamó como tal el día 8 de diciembre de 1854 por medio de la bula Ineffabilis Deus2.
Ese mismo papa había de convocar el Concilio Vaticano I que sería bruscamente interrumpido el año 1870.
Como se sabe, contamos con la estimable herencia de las ochenta y seis encíclicas publicadas por el papa León XIII, recordado sobre todo por sus enseñanzas sociales. Habitualmente se menciona, sobre todo, la encíclica Rerum novarum. Pero nada menos que once de sus encíclicas fueron dedicadas a la devoción a la Virgen María. Con ellas pretendía especialmente exhortar a los fieles a la piadosa práctica del rezo del Rosario3.
Sus sucesores tampoco habían de olvidar la figura de la Virgen María. Así, por ejemplo, el día 2 de febrero de 1904, el papa San Pío X publicaba la encíclica Ad diem illum laetissimum. Con ella quería invitar a los católicos a conmemorar el 50º aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María.
El papa Benedicto XV, tan devoto de la Santísima Virgen, publicó la encíclica Inter sodalicia (22.5.1918) en la que invitaba a los fieles a meditar el valor y la presencia en la Iglesia de la Virgen Dolorosa. Totalmente absorto por el drama de la primera guerra mundial, decidió que la Virgen Inmaculada fuese universalmente invocada como Reina de la paz4. En su honor hizo colocar una conocida imagen, obra de Guido Galli, en la basílica de Santa María la Mayor.
Por su parte, el 25 de diciembre de 1931 el papa Pío XI publicó la encíclica Lux veritatis. Con ella quería conmemorar el XV centenario del Concilio de Éfeso, que había proclamado la Maternidad Divina de María. Además, en su encíclica Ingravescentibus malis presenta el rosario como una verdadera escuela de virtudes cristianas.
Su sucesor, el papa Pío XII, en su carta encíclica Deiparae Virginis Mariae (1.5.1945) preguntaba a todos los fieles si se podía proponer y definir como dogma de fe la asunción corporal de la Virgen María a los cielos. Ante las respuestas afirmativas recibidas, el 1 de noviembre de 1950, año santo, publicaba la constitución apostólica Munificentissimus Deus, con la que proclamaba el dogma de la asunción de la Virgen María, retomando ampliamente la doctrina de los padres de la Iglesia y de los teólogos5.
Con su encíclica Fulgens corona (8.9.1953) el papa Pacelli invitaba a toda la Iglesia a celebrar un Año Mariano con motivo del I Centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Al año siguiente, el día 11 de octubre de 1954, en que se celebraba la Maternidad Divina de María, el mismo papa Pío XII publicaba la carta encíclica Ad Caeli Reginam, con la que instituía la celebración de la fiesta de María Reina6.
Finalmente el papa san Juan XXIII, mediante su encíclica Grata recordatio (26.9.1959) exhortaba a los fieles al rezo del rosario por el fruto del Sínodo de Roma y del Concilio que había convocado. Deseaba que se pidiese que, por medio del Concilio, pudiesen florecer las virtudes cristianas, no solo para los hijos de la Iglesia católica sino también para los cristianos separados de la Sede Apostólica de Roma.
El Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II, convocado por el papa san Juan XXIII, nos dejó una reflexión sobre María tan amplia como asombrosamente rica. En ella se dan cita lo humano y lo divino. Baste aquí recordar algunos de los trazos de esa enseñanza.
Por una parte, el Concilio señala que María "vivió en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos". Pero eso no la impidió "estar constantemente unida a su Hijo" (AA 4).
Tras largos estudios y amplias discusiones, el Concilio optó por incluir su reflexión sobre María en el marco de la constitución sobre la Iglesia. En efecto, resultaba evidente que "María no está en el plano de Jesucristo, como en competencia con él, sino como madre de los creyentes al nivel de aquellos que siguen a Cristo en la fe"7.
Pues bien, según el Concilio, al anuncio del ángel, María recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo, con lo que ha dado la vida al mundo. Además, la que ha sido venerada como Madre de Dios, es también reconocida como miembro singular de la Iglesia y como ejemplar de la misma en la fe y en la caridad. Por eso la Iglesia la venera como Madre, con un afecto de verdadera piedad filial (LG 53). En efecto, de ella tomó la naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de librar al hombre del pecado (LG 55).
María, hija de Adán como todos nosotros, al aceptar el mensaje divino se convirtió en Madre de Jesús. Al igual que san Ireneo no pocos Padres de la Iglesia afirman que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. La incredulidad de aquella primera mujer encontró una adecuada respuesta en la actitud creyente de María. La gracia de Dios contó con la libertad humana. En efecto, el Padre de la misericordia quiso que a la encarnación de su Hijo precediera la aceptación de la Madre. Así ella dio al mundo la Vida que renueva todas las cosas (LG 56)8.
María fue predestinada desde toda la eternidad para ser la Madre excelsa del divino Redentor (LG 61). De nuevo, en ella vemos que se unen lo divino y lo humano. Por el don y la prerrogativa de la maternidad divina está unida al Hijo Redentor. Pero en virtud de las gracias y dones singulares que ha recibido, está también íntimamente unida con toda la Iglesia (LG 63).
María es ejemplo de caridad, de aceptación de la palabra de Dios y de santidad (LG 64). Durante su vida, fue ejemplo de amor maternal. Ese amor que necesitan los que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de la humanidad (LG 65). Esa maternidad es un patrimonio y una ayuda para toda la Iglesia.
Desde el concilio de Éfeso, María ha sido venerada con el título de Madre de Dios. A su amparo se han acogido y se acogen los fieles en todos sus peligros y necesidades (LG 66). Sin embargo, esa veneración no consiste en un sentimentalismo estéril sino que nos impulsa a un amor filial hacia ella y a la imitación de sus virtudes (LG 67).
Glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, la Madre de Jesús es imagen y principio de la Iglesia. Ella la precede con su luz y es un signo de esperanza y de consuelo para este pueblo que peregrina por la tierra hasta que llegue el día del Señor (LG 68). A ella se dirigen nuestras súplicas para pedirle que interceda por todas las familias de los pueblos para que lleguen a encontrar los caminos de la paz y la concordia (LG 69)9.
1 Cf. D. Bertetto, "Magisterio", en S. de Fiores y S. Meo (dir.), Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Ediciones Paulinas 19864, 1213-1224. Para este estudio es imprescindible la obra de H. Marín, Doctrina Pontificia. IV. Documentos marianos, Madrid, BAC 1954. También puede consultarse P. Galindo , Colección de encíclicas y documentos pontificios, Madrid 19626.
2 Puede verse el texto completo en la obra de J.A. Martínez Puche y J. Gil Aguilar, Documentos pontificios marianos, Madrid, Edibesa 2002, 45-62. Diez años después el mismo Papa firmaba su encíclica Quanta cura, sobre los principales errores de la época (8.12.1864), en la que invocaba la intercesión de "la Inmaculada y Santísima Virgen María, Madre de Dios, que aniquiló todas las herejías en el universo mundo".
3 He aquí la lista de las encíclicas de León XIII dedicadas a la Virgen María o al rezo del Rosario: Supremi apostolatus (1.9.1883) sobre la devoción al Rosario. Al mismo tema dedicaba su encíclica Superiore anno (30.8.1884), su carta Vi è ben noto, dirigida a los obispos italianos sobre el rezo del Rosario en la vida cotidiana (20.9.1887), así como sus habituales encíclicas anuales Octobri mense (22.9.1891), Magnae Dei Matris (8.9.1892), Laetitiae sanctae (8.9.1893), Iucunda semper expectatione (8.9.1894), Adiutricem populi (5.9.1895), Fidentem piumque animum (20.9.1896), Augustissimae Virginis Mariae (12.9.1897), y finalmente Diuturni temporis...
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