El retrato en la historia del arte
El retrato es un género pictórico que refleja la curiosidad natural por nuestros semejantes. La historia está repleta de ejemplos en los que la personalidad del retratado se ve dignificada gracias al talento artístico del pintor.
De entre todos los géneros pictóricos, el retrato es el que muestra menos cambios a través de la historia. Entre un retrato renacentista y otro contemporáneo existen ciertamente muchísimas diferencias, pero casi todas ellas son accidentales y responden a la moda del momento. Cambian los ropajes, los tocados y los muebles. Pero el rostro, la expresión, siguen inmutables, y es tan fácil reconocer el significado profundo, psicológico y moral que encierra un rostro de la Antigua Roma como uno del siglo XIX. Las circunstancias sociales que siempre rodean la vida humana también quedan inevitablemente reflejadas: la atmósfera cortesana, burguesa, urbana o rural hace perfectamente reconocibles los retratos de las distintas épocas artísticas, y el estilo decorativo de cada momento histórico nos informa acerca del mundo en que vivió cada personaje. Pero, lo que por encima de todo impresiona al espectador actual es la manera como los grandes retratistas consiguieron transmitir la esencia de un temperamento por medios estrictamente pictóricos, hallando composiciones y combinaciones de formas y colores de tal expresividad que enaltecen y confieren suprema dignidad a personas comunes y corrientes.
Es tan fácil reconocer el significado psicológico y moral que encierra un rostro de la Antigua Roma como uno de época contemporánea.
Leonardo da Vinci, La Gioconda. Museo del Louvre (París, Francia). En muchos sentidos, esta obra simboliza el arte del retrato en su globalidad. Todas las virtudes estéticas y psicológicas asociadas al género están contenidas en esta gran obra de arte.
Los primeros retratos de Occidente
De la Antigüedad griega y romana nos han llegado muy pocos ejemplos pictóricos; es, por lo tanto, muy difícil saber hasta qué punto era usual el género del retrato. Los pocos ejemplos conservados de la época sugieren que la práctica del retrato era habitual y que se centraba en aspectos conmemorativos. Entre los pocos ejemplos que pueden citarse destacan los retratos que incluyen las decoraciones murales de Pompeya y, sobre todo, las tablas funerarias de El Fayum, en el norte de Egipto. En ambos casos la calidad pictórica es muy alta y la sugestión realista es tan intensa como la de cualquier efigie del Renacimiento. Todas estas pinturas están realizadas al encausto -una técnica muy resistente que consiste en aplicar los colores mediante cera fundida- o al temple, tanto sobre muro como sobre tabla.
Retrato femenino procedente de El Fayum. Museo Archeologico (Florencia, Italia). Éste es uno de los célebres retratos egipcios de la época romana. Son obras de una sorprendente modernidad y de un naturalismo remarcado por la fuerte expresividad de la mirada.
Los rostros de El Fayum
La máxima expresión del retrato de la Antigüedad corresponde al conjunto funerario de El Fayum. Se trata de tablas de pequeño tamaño que se colocaban en sarcófagos de madera, sobre el rostro del difunto, y fueron realizadas entre los siglos III y IV d.C. Son de un realismo muy vigoroso, en el que destaca la poderosa expresividad de las miradas. Muchos de estos retratos delatan la mano de grandes pintores, cuya técnica y captación del parecido los convierten en los primeros grandes retratistas de Occidente.
Retrato de Paquio Próculo y su esposa. Museo Archeologico Nazionale (Nápoles, Italia). Esta obra procede de la decoración mural de una casa; su calidad decorativa no impidió que el artista buscara el parecido y la expresión significativa de los rostros.
El retrato renacentista
Durante la Edad Media, el retrato apenas podía distinguirse de la repetición de unos rasgos convencionales. El retrato en sentido moderno aparece con el ascenso de la burguesía como poder social y político. A lo largo de todo el siglo XV, las familias adineradas europeas encargan obras religiosas y exigen que el artista reproduzca sus retratos en un rincón del cuadro, mostrándolos en actitud de adoración a la Virgen o al santo representados en la composición. Estas figuras retratadas se conocen con el nombre de donantes, ya que el encargo de la obra solía ir asociado a una donación a la Iglesia.
PERFILES RENACENTISTAS
Durante el siglo XV, en Italia (especialmente en Florencia y Siena) se pone de moda el retrato de perfil. Ello deriva de las medallas y monedas acuñadas en la Roma Antigua, y busca conferir dignidad y fuerza emblemática a la pintura. Estos retratos consisten en bustos cuyos perfiles se recortan contra la claridad del cielo o la oscuridad de un interior; en cualquier caso, se pone de manifiesto la elegancia lineal y los valores graciosamente decorativos de las vestiduras y adornos del retratado.
Piero della Francesca, Batista Sforza. Galleria degli Uffizi (Florencia, Italia).
El retrato y la expresión de la virtud
Durante el Renacimiento aparece una pintura propiamente laica, y los retratos son la máxima expresión de ese arte. En pocos años, los retratos pasan de ser el accesorio de una obra de inspiración religiosa a convertirse en el tema central de muchas pinturas. El centro y norte de Italia y Flandes son el escenario de esta rápida transformación. Estos retratos son una consecuencia indirecta del nuevo realismo pictórico característico del Renacimiento; un realismo que alcanzará grados asombrosos en los retratos flamencos de pintores como Jan van Eyck o Rogier van der Weyden. Tanto en Flandes como en Italia, estas obras celebraban la virtud del retratado y también su más o menos ostentosa categoría social.
Rafael
Entre las muchas facetas del arte de Rafael destaca su producción de retratos. Rafael es el creador del modelo de retrato considerado desde entonces clásico: una figura en posición casi frontal cortada aproximadamente al nivel de la cintura. La obra reproducida en esta página (el Retrato de Baltasar de Castiglione) es quizá su retrato más justamente célebre, una pintura que influirá poderosamente en Rembrandt y en todo el retrato barroco y que contiene la sutil penetración psicológica que será desde ese momento el objetivo de muchos grandes artistas.
Rafael, Retrato de Baltasar de Castiglione, Musée du Louvre (París, Francia).
Retratos barrocos
Durante el largo período barroco (siglos XVII y XVIII) el retrato se impone como uno de los géneros fundamentales de la pintura. Los príncipes, los ministros de la Iglesia y los grandes señores de Europa piden ser retratados exhibiendo los atributos de su poder. Pintores como Velázquez, Rembrandt o Rubens (los tres grandes nombres del Barroco europeo) son, ante todo, retratistas. Pero entre ellos existen diferencias significativas: mientras que Velázquez y Rubens son artistas cortesanos, Rembrandt ofrece los primeros ejemplos de retratos no condicionados por la inevitable adulación que implica el gran encargo. Este pintor retrata a amigos y familiares en obras que expresan una intimidad y una ternura conmovedoras, inaugurando así un enfoque verdaderamente moderno del género.
Rubens, Susana Lunden. National Gallery (Londres, Reino Unido).
Rembrandt, Margaretha de Geer. National Gallery (Londres, Reino Unido).
Pompa y circunstancia: los retratos de Van Dyck
Van Dyck fue alumno de Rubens y de él aprendió todas las astucias para magnificar a escala monumental la elegancia y el porte aristocrático de sus figuras. Sus servicios fueron reclamados en toda Europa y se convirtió en el retratista de mayor éxito del Barroco. Las obras de Van Dyck son el modelo perfecto de lo que la mayoría de clientes busca (entonces y ahora) en un retrato: brillantez pictórica y énfasis en los aspectos más favorecedores de la personalidad.
Anton van Dyck, El pintor Martin Rickaert. Museo del Prado (Madrid, España).
De la Ilustración al Impresionismo
La Ilustración francesa se opuso (discretamente al principio, abiertamente tras la Revolución) a todo lo que recordara el Antiguo Régimen. Esto, en pintura, incluía también al estilo barroco. Los ilustrados pedían sobriedad y simplicidad y proclamaban un ideal de vida burguesa tolerante y cultivada. Por un lado, esto derivó en el retrato neoclásico, cuyos mayores exponentes fueron Louis David y su alumno Jean Auguste Ingres, y por otro lado desembocó en un realismo cotidiano representado por Jean Siméon Chardin. Estos tres pintores son los máximos representantes del retrato burgués de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Cada uno a su manera ofreció espléndidas alternativas al gran retrato de aparato...