CAPÍTULO 9
LOS INQUILINOS DE LA HACIENDA DE BUCALEMU
La educación se ejercía en el lugar de dos escuelas, una externa y otra interna de la Hacienda, localizada en Portales, con un plano educacional a cargo del Ministerio de Educación de Chile y sus profesores.
Respecto a la salud, las urgencias se atendían en un policlínico que estaba a la salida de la Hacienda de Bucalemu, en el Yali, en el límite norte de la Hacienda donde desde ahí se remitían al Hospital de San Antonio, de acuerdo a las necesidades. Este hospital fue creado por mi bisabuelo, don Claudio Vicuña, y llevaba su nombre. Además se complementaba esta medicina con los conocimientos locales de la farmacopea en base a hierbas del campo por el curandero, el Tani, que siempre estaba dispuesto a cooperar en todas las necesidades de la salud.
Existía una profilaxis para prevenir el mal del chagas, que es la enfermedad que transmite el insecto de la vinchuca. Para esto se fumigaban todos los años las casas de la Hacienda. El Servicio Nacional de Salud se trasladaba en un enorme bus con personal para fumigar, y especialistas en la salud revisaban a los bucaleminos, aprovechando para administrarles las vacunas requeridas.
En los almuerzos diarios dados a los inquilinos que trabajaban en los alrededores de La Casona y el parque los alimentos eran ricos en proteínas, minerales y vitaminas el pan negro, la famosa marraqueta de buen tamaño, típica de campo, hecha ahí en un gran horno; se cuidaba que ingirieran fibra para la digestión estomacal, con estas comidas tenían energías para sus labores diarias.
Sobre los derechos de los inquilinos, estos tenían regalías aparte de sus sueldos, como el derecho a poseer parias de bueyes para el tiraje de sus carretas y transporte, además tenían vacunos, caballos de uso personal y algunas ovejas. Tenían también derecho a un terreno donde sembraban cereales, trigo, pastos forrajeros, maíz y todo lo que ellos necesitaban para sus alimentos. Las cosechas anuales del trigo eran faenadas y comercializadas en conjunto con las faenas de la trilla anual del fundo. Tenían hortalizas con frutales y verduras para su consumo casero hechos por ellos. Instalaban gallineros con todo tipo de aves para el abastecimiento del hogar. Algunos tenían hasta cerdos. Recibían del fundo la ropa de trabajo.
A los inquilinos que trabajaban en La Casona y el parque y a todos los que trabajaban en la pequeña industria y sus alrededores, se les daba gratis a diario el desayuno, almuerzo y un té de hierbas con leche; en las tardes, antes de regresar a casa, tenían el derecho de llevarse al hogar todos los días seis enormes galletas de peones, las llamadas marraquetas, hechas de cereales y pan negro.
Las remuneraciones a todos los trabajos de la Hacienda se hacían mensualmente en la oficina de la administración, con el contador, en uno de los locales de los alrededores de La Casona.
Las viviendas eran de adobe, reforzadas en madera. Todos los materiales estaban sacados de la Hacienda y faenados en el aserradero, eran todas pintadas de blanco, con varias piezas, conservando el mismo estilo de tipo colonial.
Las casas tenían un corredor a lo largo, que era techado y se usaba para las reuniones sociales de las familias. De esta manera eran autosuficientes.
Sobre sus juegos y deportes, el fundo les tenía una cancha de fútbol para sus competencias domingueras, puesto que aparte de ser un deporte popular, constituía un evento social folclórico, lugar de encuentro donde se servían comidas típicas de campo, primando la rica empanada chilena con la cazuela de vacuno o cordero y el vino tinto o la chicha.
Una vez terminados los partidos de fútbol, el equipo ganador lo celebraba con bailes campestres como la cueca, con sus tonadas y guitarras. Una de estas canchas se encontraba en un potrero en las cercanías al parque de la Hacienda de Bucalemu, que atraía mucho público, y se podían presenciar las carreras de caballos, costumbre típica de antaño, luciendo los jinetes su destreza y sus atuendos con los hermosos y bien tenidos caballos. A un lado de la cancha había un rayado para el juego de la rayuela, este entretenimiento era jugado a menudo después de sus labores diarias, cuando se juntaban varios trabajadores a relajarse por las tardes, haciendo la tirada del tejo, que era una pelota o círculo de metal. Los más pequeños jugaban al trompo de madera y al emboque y otros saltaban al cordel y jugaban al luche.
El arte y la música se concentraban sobre todo en la fabricación de objetos para el uso diario, ya fuesen ponchos, sombreros, chupallas y alfarería, usadas también en los hogares para cocinar alimentos y traer el agua. Hacían utensilios de madera y tejían canastos de paja trenzada, que usaban a diario. Los cacharros de greda también los vendían en las fiestas religiosas del fundo de las misiones.
Ellos mismos hacían sus sandalias de goma, las hojotas, que sacaban de los neumáticos en desecho. Eran muy firmes y de suela gruesa, los usaban durante el tiempo de verano y calor.
La música del campo era el folclore. Los instrumentos que tocaban eran la guitarra, el bombo y la pandereta, con ellos acompañaban las variedades de tonadas y canciones chilenas y las pallas. En todos sus encuentros festivos se bailaba preferentemente la cueca.
En cuanto a fiestas y actividades, las grandes fiestas de todos los años las constituían las navidades, con sus repartos de regalos a todas las familias de la Hacienda y regalos a los niños. Se celebraba una misa por el nacimiento del Niño Jesús, con su pesebre, y servían comida, dándole un sentido religioso y familiar, donde todos se juntaban en uno de los patios grandes de La Casona.
El 18 de septiembre era una gran fiesta patria en que se conmemoraba todos los años la Independencia de Chile de los españoles y su Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de Septiembre de 1810. Esta fiesta comenzó a celebrarse en 1811, el 18 de septiembre hasta hoy en día.
En las fiestas de los días 18 y 19 de septiembre, todos los años, destacaban el famoso gran rodeo a la chilena y riendas, en los que participaban los inquilinos, los patrones y también gente de los fundos vecinos.
Las misiones eran fiestas de sentido netamente religioso, que se remontaban a la época de los jesuitas, hechas durante la Semana Santa, en las que participaban todos los bucaleminos y los descendientes que estuviesen de turno en La Casona. Yo, con mi familia, asistía siempre todos los años, porque habitábamos en La Casita, donde no se estaba sujeto a turnos, estábamos todo el año, cuando quisiéramos. En esta fiesta se celebraban una serie de oficios religiosos en los alrededores de La Casona y del parque de Bucalemu.
Algunas de las actividades deportivas en las que participaban los bucaleminos junto con los patrones eran las cazas de liebres y zorros, constituyéndose así las famosas liebraduras y zorrerías, que practicábamos en el sector de Las Salinas, hacia el mar, rodeando las dunas y pequeños montes, hasta terminar en el océano Pacífico.
Los alimentos los constituían principalmente los productos producidos en la en la misma Hacienda de Bucalemu, como los cereales: el trigo, de donde hacían la harina para el pan o fritos y guisados; el maíz, que usaban para hacer la chuchoca; junto a las legumbres del campo como los porotos, las lentejas y garbanzos, que eran las proteínas ricas en energía para los trabajos pesados de los inquilinos del campo. Eran platos del diario en los almuerzos de los campesinos en los alrededores de La Casona.
Tenían además los productos animales, sacados de los corderos y vacunos, de aquí provenía la leche con sus subproductos como la nata, que hacía las veces de mantequilla, quesillos y quesos. Gran variedad de aves y patos, gansos, pavos domésticos, de los que consumían los huevos y su carne. Los variados tipos de frutas y verduras, hierbas y aliños los podían consumir desde sus hortalizas y otra serie de productos silvestres, como las moras u otros; con todos estos variados productos se podían autoabastecer.
El acceso a esta variada dieta equilibrada en proteínas, grasas y colhidratos, con las vitaminas y minerales, era suficiente para su dieta enriquecida de consumo diario.
Los aceites, azúcar o sal u otros productos necesarios para el hogar podían comprarlos en el almacén colindante con La Casona, la pulpería.
Respecto a las vestimentas, las mujeres siempre vestían polleras frondosas, de alegres colores, fabricadas por ellas mismas. Eran a media pierna, con una discreta blusa, que en los días frescos cubrían con un chal. Tenían a veces sombreros o chupallas hechas de pajas por ellas mismas, para protegerse del sol, que en los veranos pegaba fuerte. Las mujeres llevaban sus pelos largos amarrados o con un moño y se los soltaban coquetamente los días festivos o de encuentros en eventos importantes.
Los hombres eran muy formales, siempre se les veía bien vestidos, con su cabello corto, se cortaban el pelo todos los meses en la peluquería de la Hacienda Bucalemu, nunca se los vio desordenados o de pelo largo.
Los hombres estaban siempre bien vestidos, igual que las mujeres. Ellos usaban pantalones negros o grises, con camisa blanca, y una faja de color rojo o azul. Siempre llevaban estas fajas con alguno de los colores patrios, esta faja a su vez le daba vueltas por la cintura, haciendo las veces de cinturón. Se lucían con su prestancia y corrección en sus vestimentas. En los inviernos se abrigaban con gruesos ponchos largos hechos de lana de animales como la oveja. Llevaban por lo general botas...