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Entre 1958 y 1962 China descendió al infierno. Mao Zedong, presidente del Partido Comunista de China, sumió el país entero en la locura con el Gran Salto Adelante, un intento de alcanzar a Gran Bretaña y de superarla en un período de menos de quince años. Mao creyó que la movilización del principal recurso de China-una mano de obra integrada por cientos de millones de seres humanos-catapultaría el país a una posición superior a la de sus competidores. China no seguiría el modelo de desarrollo soviético, que se había basado sobre todo en la industria pesada, sino que «andaría sobre dos piernas»: se movilizó a las masas de campesinos con el objetivo de transformar a un mismo tiempo la agricultura y la industria, y convertir una economía subdesarrollada en una moderna sociedad comunista en la que todo el mundo viviría en la abundancia. En el intento de alcanzar este paraíso utópico, todo se colectivizó. Se concentró a los aldeanos en comunas gigantescas que anticipaban el advenimiento del comunismo. Los campesinos se vieron privados de su trabajo, sus hogares, sus tierras, sus pertenencias y sus medios de vida. La comida se distribuía con el cucharón en las cantinas colectivas de acuerdo con los méritos de cada uno, y se transformó en un arma que obligaba a los individuos a seguir todos y cada uno de los dictados del Partido. Las campañas de irrigación obligaron a la mitad de los aldeanos a trabajar semana tras semana en gigantescos proyectos de conservación de aguas, a menudo lejos de su hogar, sin comida ni reposo adecuados. El experimento culminó en la mayor catástrofe que hubiera conocido el país. Se perdieron decenas de millones de vidas.
A diferencia de lo que sucede con otras catástrofes comparables-por ejemplo, las que tuvieron lugar bajo el mando de Pol Pot, Adolf Hitler y Iósif Stalin-, el auténtico alcance de lo que ocurrió en el Gran Salto Adelante es muy mal conocido. Ello se debe a que durante largo tiempo el acceso a los archivos del Partido ha estado sometido a severas limitaciones, salvo para los historiadores de mayor confianza, respaldados por credenciales del propio Partido. Pero una reciente ley de archivos ha puesto al alcance de los historiadores profesionales un ingente volumen de material archivístico y ha transformado de raíz las posibilidades de estudio de la era de Mao. Este libro está basado en más de un millar de documentos recopilados a lo largo de varios años en docenas de archivos del Partido, desde el Ministerio de Asuntos Exteriores de Beijing y los archivos provinciales de Hebei, Shandong, Gansu, Hubei, Hunan, Zhejiang, Sichuan, Guizhou, Yunnan y Guangdong, hasta archivos menores, pero de valor igualmente incalculable, que se encuentran en los municipios y distritos de toda China. Entre todo este material se hallan informes secretos del Departamento de Seguridad Pública, actas detalladas de reuniones de alto nivel del Partido, versiones no expurgadas de importantes discursos de los dirigentes, estudios sobre las condiciones de trabajo en el campo, investigaciones de asesinatos en masa, confesiones de dirigentes responsables de la muerte de millones de personas, informes elaborados por equipos especiales que se enviaron durante las últimas fases del Gran Salto Adelante para efectuar pesquisas sobre las dimensiones de la catástrofe, informes de carácter general sobre la resistencia de los campesinos durante la campaña de colectivización, encuestas de opinión secretas, cartas de queja escritas por personas corrientes, y mucho más.
El contenido de este voluminoso y detallado expediente transforma nuestra comprensión del Gran Salto Adelante. Así, hasta ahora los historiadores habían calculado la mortandad extrapolando los datos demográficos oficiales, como por ejemplo los que figuran en los censos de 1953, 1964 y 1982. Sus estimaciones oscilaban entre 15 y 32 millones de muertes que sobrepasaban la tasa de mortalidad esperable. Pero los informes de Seguridad Pública de la época, así como los extensos informes secretos cotejados por los comités del Partido durante los últimos meses del Gran Salto Adelante muestran la inexactitud de estos cálculos y apuntan a una catástrofe de magnitud mucho mayor: este libro muestra que por lo menos 45 millones de personas murieron innecesariamente entre 1958 y 1962.
El término hambruna o incluso la expresión Gran Hambruna suelen emplearse en referencia a estos cuatro o cinco años del período maoísta. Pero éstos no alcanzan a expresar las muchas maneras en que murieron las personas bajo la colectivización radical. El empleo despreocupado del término hambruna también ayuda a consolidar el punto de vista, muy extendido, de que las muertes fueron una consecuencia accidental de programas económicos mal concebidos y ejecutados. No se acostumbra a asociar a Mao y al Gran Salto Adelante con asesinatos en masa, y por ello China sigue saliendo bien parada cuando se la compara con la brutalidad que sí se suele asociar con Camboya y la Unión Soviética. Pero los documentos que ahora han salido a la luz y que presentamos en este libro demuestran que la coacción, el terror y la violencia sistemática se hallaban en los mismos cimientos del Gran Salto Adelante. Gracias a los informes que elaboraba el propio Partido, a menudo muy detallados, podemos inferir que aproximadamente entre un 6 y un 8% de las víctimas contabilizadas de 1958 a 1962 fueron torturadas hasta la muerte o ejecutadas sumariamente. Se trataría como mínimo de 2,5 millones de personas. A otras víctimas se las privó deliberadamente de alimento y se las hizo morir de hambre. Muchas otras perecieron porque eran de edad demasiado avanzada, o estaban demasiado enfermas o débiles para trabajar, y no pudieron ganarse el sustento. Se mataba a los ricos, a los que mostraban poca convicción, a los que se quejaban, a los que simplemente le caían mal, por un motivo u otro, a la persona que distribuía la comida en la cantina. Se hizo morir indirectamente por negligencia a incontables seres humanos, porque los cuadros locales se veían compelidos a concentrarse en los números y no en las personas, y a cumplir los objetivos que les marcaban desde arriba los planificadores.
La abundancia prometida no sólo motivó uno de los mayores asesinatos en masa de la historia humana, sino que también infligió daños sin precedentes a la agricultura, el comercio, la industria y el transporte. Se arrojaron cazos, sartenes y herramientas a hornos caseros para incrementar la producción nacional de acero, porque se creía que éste era uno de los indicadores mágicos del progreso. El ganado disminuyó rápidamente, no sólo porque se sacrificaba a los animales para el mercado de exportación, sino también porque éstos caían en masa frente a las enfermedades y el hambre, por mucho que se trazaran planes extravagantes para la edificación de gigantescas granjas de cerdos que iban a abastecer de carne todas las mesas. Se desperdiciaron recursos, porque las materias primas y los suministros se distribuían sin criterio, y porque los encargados de las fábricas se saltaban deliberadamente las normas para incrementar la producción. Como todo el mundo escatimaba gastos en un implacable esfuerzo por elevarla, las fábricas lanzaban productos de mala calidad que se acumulaban en las vías muertas sin que se les diera ningún empleo. La corrupción impregnó todos los aspectos de la vida y lo contaminó todo, desde la salsa de soja hasta las represas. El sistema de transportes empezó a fallar y terminó por derrumbarse, incapaz de hacer frente a las exigencias de una economía planificada. Productos por valor de cientos de millones de yuanes se acumulaban en las cantinas, en los dormitorios colectivos e incluso en las calles, buena parte de ellos devorados por la herrumbre y la putrefacción. Habría sido difícil concebir un sistema que implicara un mayor despilfarro, un sistema en el que los cereales recolectados se echaran a perder en el campo arrumbados junto a caminos polvorientos mientras los seres humanos buscaban raíces o comían lodo.
Este libro también documenta que el intento de dar el salto hacia el comunismo tuvo como resultado la mayor demolición de propiedades en la historia de la humanidad. Superó en mucho los efectos de cualquiera de las campañas de bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. Hasta el 40% de los edificios quedaron en ruinas, porque se emplearon los materiales de las casas para crear fertilizante, construir cantinas, alojar a los aldeanos, arreglar los caminos, abrir espacios para un futuro mejor o simplemente castigar a sus ocupantes. El entorno natural tampoco salió indemne. No sabremos jamás la superficie boscosa que se perdió en el curso del Gran Salto Adelante, pero en cualquier caso un ataque intenso y prolongado contra la naturaleza destruyó hasta la mitad de los árboles en algunas de las provincias. Los ríos y las vías de agua también se resintieron: a lo largo y lo ancho del país, las presas y los canales construidos por cientos de millones de granjeros a un coste humano y económico muy elevado resultaron en su mayor parte inútiles, o incluso peligrosos, y provocaron corrimientos de tierras, obstrucciones de vías fluviales, salinización del suelo e inundaciones devastadoras.
Así pues, este libro no aborda solamente la hambruna. Es una crónica que narra, a menudo con angustioso detalle, lo que casi fue el hundimiento de un sistema económico y social en el que Mao había...
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