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Llegado el dicho Cristóbal Maldonado donde estaba el capitán, aquí mandó el capitán que los heridos se curasen, que eran dieciocho, y no había otra cura sino cierto ensalmo, y con ayuda de Nuestro Señor, dentro de quince días todos estaban sanos, excepto el que murió. Estando en esto vinieron a decir al capitán cómo los indios revolvían y que estaban junto a nosotros en un paso aguardando a se rehacer; y para que los echasen de allí mandó el capitán a un caballero llamado Cristóbal Enríquez que fuese allá con quince hombres el cual fue, y en llegando, a un arcabucero que llevaba le pasaron una pierna; de manera que perdimos un arcabucero, porque dende en adelante no nos pudimos aprovechar de él. Luego el dicho Cristóbal Enríquez envió a saber al capitán lo que pasaba y que le enviase más gente, porque los indios eran muchos y cada hora se reformaban; y el capitán envió luego a mandar al dicho Cristóbal Enríquez que, no mostrando que se retraía, se viniese poco a poco donde estaban, porque no estaban en tiempo de poner a riesgo la vida de un español ni convenía, ni tampoco él ni sus compañeros iban a conquistar la tierra ni su intención lo era, sino, pues Dios les había traído por este río abajo, descubrir la tierra para que en su tiempo y cuando la voluntad de Dios Nuestro Señor y de su majestad fuese, la enviase a conquistar. Y así, aquel día, después de recogida la gente, el capitán les habló refiriéndoles los trabajos pasados y esforzándolos para en los de porvenir, encargándoles que evitasen los acontecimientos de los indios por los peligros que se podían seguir; y se determinó de seguir todavía el río abajo, y comenzó a embarcar comida, y después de embarcada, mandó al capitán que los heridos se embarcasen, y los que no podían ir por su pie mandó que los envolviesen en unas mantas y los tomasen otros a cuestas, como que llevaban carga de maíz, porque no embarcasen cojeando y en verlo los indios cobraran tanto ánimo que no nos dejaran embarcar; y después desto hecho, estando los bergantines a punto y desarmados y los remos en las manos, bajó el capitán con mucha orden con los compañeros, y se embarcaron, y se hizo a lo largo del río, y no estaría un tiro de piedra cuando vienen más de cuatrocientos indios por el agua y por la tierra, y como los de la tierra no se podían aprovechar de nosotros, no servían sino de dar voces y gritos: y los de agua no dejaban de acometer, como hombres que estaban lastimados, con mucha furia; pero nuestros compañeros con las ballestas (y) arcabuces defendían tan bien los bergantines que hacían tener afuera aquella mala gente. Esto sería a puesta de Sol, y desta manera acometiéndonos de rato en rato, siguiéndonos toda la noche, que un momento no nos dejaban reparar, porque nos llevaban antecogidos. Así fuimos fasta que fue el día, que nos vimos en medio de muchas y muy grandes poblaciones, donde siempre salían indios de refresco y se quedaban los que iban cansados. A hora de mediodía, que ya nuestros compañeros no podían remar, íbamos todos muy quebrantados de la mala noche y guerra que los indios nos habían dado. El capitán, porque la gente tomase un poco de descanso y comiese, mandó que nos metiésemos en una isla poblada que estaba en medio del río, y, en comenzando a guisar de comer, allí vinieron mucha cantidad de canoas y acometiéronnos tres veces, de tal manera que nos pusieron en grande aprieto. Visto por los indios que por el agua no nos podían desbaratar, acordaron de nos acometer por la tierra y agua, porque, como había muchos indios, había para todo. El capitán, viendo lo que los indios ordenaban, acordó de no los esperar en tierra, y así se embarcó y se hizo a largo de río, porque allí se pensaba mejor defender y así comenzamos de caminar y no nos dejando de seguir y dar muchos combates los indios, porque destas poblaciones se habían ya juntado muchos indios y por tierra ya no tenía cuenta la gente que parecía. Andaban entre esta gente y canoas de guerra cuatro o cinco hechiceros todos encalados y las bocas llenas de ceniza, que echaban al aire, en las manos unos hisopos, con los cuales andaban echando agua por el río a manera de hechizos, y después que habían dado una vuelta a nuestros bergantines de la manera dicha, llamaban a la gente de guerra, y luego comenzaban a tocar sus cornetas y trompetas de palo y atambores y con muy gran grita nos acometían; pero, como dicho tengo, los arcabuces y ballestas, después de Dios eran nuestro amparo; y así nos llevaron desta manera fasta nos meter en una angostura en un brazo del río. Aquí nos pusieron en muy gran aprieto, y tanto, que no sé si quedara alguno de nosotros, porque nos tenían echada una celada en tierra, y desde allí nos abarcaban. Los del agua se determinaron de barrer con nosotros, y yendo ya muy determinados de lo hacer, estando ya muy juntos, venía adelante el capitán general señalándose muy como hombre, al cual un compañero de los nuestros llamado Celis, tuvo ojo en él y le tiró con un arcabuz y le dio por mitad de los pechos, que lo mató; y luego su gente desmayó y acudieron a ver a su Señor, y en este medio tiempo tuvimos lugar de salir a lo ancho del río; pero todavía nos siguieron dos días y dos noches sin nos dejar reposar, que tanto tardamos en salir de la población deste gran señor llamado Machiparo, que al parecer de todos duró más de 80 leguas, que era toda una lengua, estas todas pobladas, que no había de poblado a poblado un tiro de ballesta, y el que más lejos no estaría media legua, y hubo pueblo que duró 5 leguas sin restañar casa de casa que era cosa maravillosa de ver: como íbamos de pasada y huyendo no tuvimos lugar de saber qué es lo que había en la tierra adentro; pero, según la disposición y parecer de ella, debe ser la más poblada que se ha visto, y así nos lo decían los indios de la provincia de Aparia, que había un grandísimo señor la tierra adentro hacia el sur, que se llamaba Ica, y que éste tenía muy gran riqueza de oro y plata; y esta noticia traímos muy buena y cierta.
Desta manera y con este trabajo salimos de la provincia y gran señorío de Machiparo y llegamos a otro no menor, que era el comienzo de Oniguayal, y al principio y entrada de su tierra estaba un pueblo de manera de guarnición, no muy grande, en un alto sobre el río, a donde había mucha gente de guerra; y viendo el capitán que ni él ni sus compañeros no podían soportar el mucho trabajo, que no solamente era la guerra, más, juntamente con ella, era hambre, que los indios, aunque teníamos que comer no nos dejaban por la demasiada guerra que nos daban, acordó de tomar el dicho pueblo, y así mandó enderezar los bergantines hacia el puerto, y los indios, visto que les querían tomar el pueblo, acordaron de se poner en toda resistencia; y así fue que llegando junto al puerto, los indios comenzaron a despender de su almacén, de tal manera que nos hacían detener; y visto el capitán la defensión de los indios, mandó que a muy gran prisa jugasen las ballestas y arcabuces, y remasen para cabordar en tierra; y desta manera hicieron lugar y fueron parte para que los bergantines cabordasen a nuestros compañeros y saltasen en tierra y pelearon después en tierra de tal manera que hicieron huir a los indios, y así quedó el pueblo por nosotros con la comida que tenía. Este pueblo estaba fuerte, y por estar tal, dijo el capitán que quería reposar allí tres o cuatro días y hacer algún matalotaje para adelante, y así holgamos desta manera y con este propósito, aunque no sin falta de guerra, y tan peligrosa, que en un día a las diez horas allegó muy gran cantidad de canoas a tomar y desamarrar los bergantines que estaban en el puerto, y a no proveer el capitán de ballesteros que con brevedad saltasen dentro, creemos que no fuéramos parte a los defender; y así, con la ayuda de Nuestro Señor y con la buena maña y ventura de nuestros ballesteros, hízose algún daño en los indios, que tuvieron por bien de se hacer afuera y volver a sus casas: así quedamos descansando dándonos buena posada, comiendo a discreción, y estuvimos tres días en este pueblo. Había muchos caminos que entraban la tierra adentro muy reales, de causa de lo cual el capitán se temía y mandó que nos aparejásemos, porque no quería estar más allí, porque podría ser de la estada recibir daño.
Dicho esto por el capitán, todos comenzaron a se aderezar para se partir cuando les fuese mandado. Habíamos andado desde que salimos de Aparia a este dicho pueblo 340 leguas, en que las 200 fueron sin ningún poblado: fallamos en este pueblo muy gran cantidad de bizcocho muy bueno, que los indios hacen de maíz y de ayuca y mucha fruta de todos géneros.
Volviendo a la historia, digo que el domingo después de la Ascensión de Nuestro Señor salimos deste dicho pueblo y comenzamos a caminar y no hubimos andado obra de 2 leguas cuando vimos entrar por el río otro río muy poderoso y más grande a la diestra mano: tanto era de grande que a la entrada hacía tres islas, de causa de las cuales le pusimos el río de la Trinidad; y en estas juntas de uno y de otro había muchas y muy grandes poblaciones y muy linda tierra de Omagua, y por ser los pueblos tantos y tan grandes y haber tanta gente, no quiso el capitán tomar puerto, y así pasamos todo aquel día por poblado con alguna guerra, porque por el agua nos la daban tan cruda que nos hacían ir por medio del río; y muchas veces los indios se ponían a platicar con nosotros, y como no los entendíamos, no sabíamos lo que nos decían. A hora de vísperas allegamos a un pueblo que estaba sobre una barranca, y por nos parecer pequeño mandó el capitán que lo tomásemos, y porque también porque tenía en sí tan buena vista que parecía ser recreación de algún señor de...
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