1. Cómo pensar en la cultura: Recordar a Niebuhr
2. Niebuhr, revisado: El impacto de la teología bíblica
3. Refinar la cultura y redefinir el posmodernismo
4. El secularismo, la democracia, la libertad y el poder
5. La Iglesia y el Estado
6. Sobre programas discutibles, utopías frustradas y tensiones permanentes
Prefacio
Fueron cuatro las reflexiones que me indujeron a escribir este libro.
Primero, desde el día de Pentecostés, los cristianos han tenido que plantearse la naturaleza de sus relaciones con otras personas. Los cristianos pronto multiplicaron su número y salvaron una cantidad increíble de barreras raciales y sociales, todo ello para constituir una Iglesia, una comunidad, un cuerpo, que trascendía de las categorías establecidas del imperio, la etnia, el idioma y el estatus social. Incluso dentro de las páginas del Nuevo Testamento, a los cristianos se les dice que consideren que el gobierno es algo ordenado por Dios y que entiendan que al menos un tipo concreto de gobierno es representativo del anticristo. Las primeras disputas que se registran dentro de la Iglesia giraron en parte en torno a diferencias culturales, injusticias perceptibles a la hora de distribuir los servicios destinados a diversos grupos lingüísticos. Más allá de las páginas del Nuevo Testamento, incluso un conocimiento superficial de la historia de la Iglesia revela una increíble variedad de situaciones en las que se han visto inmersos los cristianos: perseguidos y reinando; aislados y dominantes; ignorantes y cultivados; claramente distinguibles de la cultura que les rodeaba y prácticamente indiferenciables de ella; empobrecidos y ricos; con celo evangelístico o desganados en la predicación; reformadores sociales y defensores del statu quo; anhelantes del cielo y deseosos de que no llegase todavía. Todas estas posibilidades polarizadas reflejan el conocimiento cultural de sí mismo que tenía cada grupo humano. Inevitablemente, en la mayoría de las generaciones los cristianos se han planteado cuáles deberían ser sus actitudes. La mía no es más que una voz en esta larga cadena de reflexiones cristianas.
El segundo motivo que me ha impulsado a escribir este libro es tan contemporáneo como universal es la primera razón. Las comunicaciones instantáneas de hoy día suponen que solo con un mínimo esfuerzo los cristianos pueden ser conscientes de los entornos culturales extraordinariamente dispares en los que se encuentran otros cristianos. Sabemos cosas de los cristianos en Sierra Leona, el país más pobre del mundo; también tenemos datos de los cristianos en Hong Kong y en New York City. Observamos cómo la Iglesia se multiplica en Latinoamérica a la vista de todos, y también cómo crece en China, en cierta medida soterradamente. Somos testigos de la notable pérdida de consenso entre los cristianos que viven prácticamente en todos los países de Europa occidental, y vemos cómo el número de cristianos se dispara en Ucrania y en Rumania. Leemos que en Irán arrestan a los cristianos; que en Arabia Saudita los decapitan; que son masacrados por cientos de miles en el sur de Sudán; mientras al mismo tiempo conocemos la opulencia de algunos entornos cristianos en Dallas y en Seúl. En una aldea de Nueva Guinea nos sentamos junto a hermanos y hermanas en Cristo que apenas saben leer, y que con dificultad dan sus primeros pasos en la alfabetización, y no podemos olvidar que sus antepasados fueron cazadores de cabezas; nos sentamos con presidentes de seminarios y universidades cristianas, responsables de administrar con sabiduría muchas decenas de millones de dólares anualmente. En el pasado, resultaba más fácil hablar de la cultura propia de cada uno sin hacer referencia a la cultura de otros, pero en la actualidad los ensayos que tienen una mirada tan concreta parecen obsoletos, o bien se centran tímidamente en una sola cultura, sin tener la pretensión de obtener una visión más amplia. Muchos de los ensayos y libros más reflexivos escritos por cristianos en el pasado, y que pretendían definir la relación entre creyentes que vivían en una cultura más amplia y los incrédulos que les rodeaban, reflejaban la especificidad de la localización cultural del autor. Dietrich Bonhoeffer no sonará como Bill Bright, y la mayoría de la gente razonable admitirá que sus propias experiencias tienen bastante que ver con sus respectivos énfasis teológicos, sobre todo los vinculados con la relación entre los cristianos y quienes no lo son. Si Abraham Kuyper se hubiera criado en el entorno de los campos de exterminio de Camboya,1 uno sospecha que su concepto de la relación entre el cristianismo y la cultura habría sido notablemente distinto. Incluso el amplio análisis cultural de H. Richard Niebuhr, sobre quien hablaré mucho más, aunque repasa la historia para enriquecer el estudio, es meridianamente la postura de un occidental de mediados del siglo XX empapado de la herencia de lo que había sido el protestantismo liberal. Sin embargo, hoy en día tenemos que centrar nuestra atención como nunca antes en la evidente diversidad de la experiencia cristiana. Sospechamos hasta tal punto de análisis elocuentes que parecen ser verdad en un entorno cultural y patentemente irrelevantes en otros, que intentamos realizar solo análisis locales. Pero afirmaré que esta falta de coraje hace que perdamos algo importante, algo trascendente.
El tercer estímulo es el "grupo de aconsejados" (al que algunas instituciones llaman "grupo reducido", "grupo de capellanía" o "grupo de formación"); por ejemplo, esto es así en la Trinity Evangelical Divinity School, donde Scott Manetsch y yo hemos compartido nuestra responsabilidad durante los últimos años. Este grupo sigue siendo una de las alegrías constantes de mi vida, no solo por el privilegio de trabajar junto a Scott, sino también debido a todas las relaciones que ese grupo ha formado y, en cierto grado, ha conformado. Hace un par de años estudiamos una breve unidad sobre los cristianos y la cultura. Inevitablemente, uno de los puntos de partida del debate fue la obra clásica de Richard Niebuhr. El animado debate de aquella ocasión me impulsó a trabajar más sobre el tema y a plasmar en el papel algunas cosas sobre las que llevaba reflexionando algún tiempo.
Por último, una invitación que recibí de la Faculté libre de théologie évangélique en Vaux-sur-Seine, justo a las afueras de París, para dar algunas conferencias en uno de sus coloquios teológicos, supuso el incentivo para comenzar a convertir mis notas en un libro. Los dos primeros capítulos del mismo los impartí en Vaux. Quiero expresar mi profunda gratitud a Émile Nicole y a los otros miembros del cuerpo docente, y por supuesto a mi viejo amigo Henri Blocher, por la calidez de su bienvenida y la agudeza de su interacción conmigo. Debo añadir que, aunque me educaron en francés y todavía lo hablo con bastante fluidez, llevo tantas décadas viviendo fuera del mundo francoparlante que no me fío de que pueda escribir correctamente en esa lengua. Por consiguiente, estoy profundamente agradecido a Pierre Constant, un exdoctorando en Trinity (con un gran talento), para otorgar a la versión francesa de estos capítulos la elegancia que puedan tener.
A pesar de que Cristo y la cultura, de Niebuhr, tiene más de cincuenta años, resulta difícil pasarlo por alto (al menos, en el mundo de habla inglesa). Su obra, para bien y para mal, ha dado forma a buena parte del debate. Incluso las celebradas distinciones de eruditos anteriores (como la que hizo Weber entre "Iglesia" y "secta", en la que la Iglesia se establece como parte de la cultura mientras que la secta queda como un elemento contrario a aquella) han llegado hasta muchas personas por medio de esta obra de Niebuhr. Por otra parte, durante los últimos cincuenta años, se han producido ardorosos debates sobre el significado mismo de la "cultura". Muchos escritores, desencantados por la arrogancia de algunas hipótesis de la Ilustración, las han cuestionado, formulando toda una batería de preguntas nuevas sobre cómo deberían pensar en sí mismos los cristianos (o, por el mismo patrón, cualquier otro grupo religioso) al relacionarse con la cultura que les rodea, cuando ellos mismos son incapaces de eludir formar parte de ella.
Mi propio esfuerzo en este libro comienza resumiendo a Niebuhr, dado que este se ha convertido en un icono al que todo el mundo hace referencia, aunque son pocos los que hoy día le leen en profundidad. Aparte de esta evaluación inicial de Niebuhr en sus propios términos, luego intento establecer los rudimentos de una teología bíblica responsable que todo cristiano querrá reclamar para sí, y comienzo a mostrar cómo estos puntos de inflexión en la historia de la redención deben dar forma al pensamiento cristiano sobre las relaciones entre Cristo y la cultura (caps. 1 y 2). Las estructuras generadas por esta teología bíblica son lo bastante sólidas como para permitir que los numerosos énfasis dentro de la Escritura hallen su propia voz, de modo que hablar de diferentes "modelos" de la relación entre Cristo y la cultura empieza a parecer engañoso. Semejante reflexión requiere un mayor análisis, no solo sobre los debates actuales sobre la "cultura" y el "posmodernismo" (cap. 3), sino también con respecto a algunas de las fuerzas culturales dominantes de nuestros tiempos (cap. 4). Una de las dimensiones de este debate constante es la relación entre Iglesia y Estado (cap. 5). Aquí he esbozado brevemente las diversas posturas culturales asociadas con el concepto de separación entre Iglesia y Estado presentes en Francia y en Estados Unidos, echando un vistazo a otros países, de modo que podamos detectar con mayor claridad los tipos de lentes intelectuales que...