CAPÍTULO I
GENERALIDADES
I. INTRODUCCIÓN AL ATLETISMO
1. HISTORIA (ORÍGENES Y EVOLUCIÓN)
Actividades como correr, saltar y lanzar son tan antiguas como la propia humanidad. No en vano, permitieron al hombre primitivo so-brevivir a los ataques de los animales y cazarlos para alimentarse. Pero sin lugar a dudas y a pesar de ello, no podemos decir que sea el deporte más antiguo puesto que en este planteamiento no se daba la competición.
El atletismo moderno es un "deporte olímpico", competitivo y re-gido por unas normas que tiene sus orígenes mucho más recientes. El nombre lo toma del griego atlos, que significa esfuerzo, porque, en un principio, los ejercicios que se practicaban eran: «El pugilato, la lu-cha, la carrera, los lanzamientos de jabalina y disco, el tiro con arco, las carreras de carros y los saltos».
Seguramente y por razones de todo tipo (sociales, religiosas, etc.), con el paso de los años los otros deportes perdieron protagonismo y el atletismo quedó reducido a lo que hoy en día entendemos como tal, habiéndose añadido también nuevas pruebas.
«Dos razas europeas, situadas en dos extremos del continente, fueron las primeras en practicar regularmente un atletismo de competición en la misma época, aproximadamente 2.000 años antes de nuestra era, en la Edad de Bronce. Estos pueblos fueron los irlandeses del período precéltico y los griegos de Acadia, así como sus veci-nos los cretenses de la época minoica. Es muy probable que se igno-rasen unos a otros. Sin embargo, un poema histórico de Aristeo, cro-nista de la isla de Mármara, menciona un atletismo practicado por los "escitas hiperbóreos". La leyenda se confunde con la realidad, las hazañas son fabulosas y los vencedores aparecen como semidioses, las proezas descritas sobrepasan lo humano» ( Bravo J., 1990 ).
1.1. EN LA GRECIA CLÁSICA
Los testimonios existentes de esta civilización son numerosísimos y de distinta índole. A las múltiples esculturas, vasos y bajorrelieves, debemos añadir las extraordinarias descripciones que nos han llegado merced a Homero tanto en la Ilíada como en la Odisea, escritas en el siglo VII a. C.
«En cuanto a la leyenda irlandesa, está contenida en un manuscrito conservado en el Trinity College, de Dublín, titulado Book of Leins (1160). En él se describen los Juegos de Tailtí, aldea del conda-do de Meath, organizados a partir del siglo XIX antes de nuestra era y que continuaron durante el asombroso período de 25 siglos» (Bravo J., 1991).
Platón en sus Leyes, Homero, Pausanias y Luciano en obras como la Ilíada, la Odisea o Hermotimos, nos han dejado suficiente infor-mación como para aceptar que las normas entonces existentes (muchas de las cuales perduran todavía) convirtieron al atletismo griego en el antecesor directo del actual.
Existían las distancias usuales aún hoy para carreras cortas, medias y largas, y estaban reguladas tanto las competiciones como las grandes pruebas de resistencia.
Las representaciones de los vasos reproducen con gran fidelidad el estilo, la posición del busto y la dinámica de los brazos y las piernas al avanzar, diferenciando incluso a los velocistas de los fondistas.
Aunque las distancias se dividieron en tres subgrupos, como es natural no eran exactamente iguales a las de hoy, aunque tampoco existen grandes diferencias.
Del mismo modo que la vara castellana y la aragonesa no medían lo mismo o que la milla terrestre y la marina no tienen la misma di-mensión, el pie tenía un valor en cada región y por ende el estadio (que tenía una longitud de 600 pies) variaba entre 150 y 200 metros.
La distancia más corta sobre la que se competía era el estadio, se-guida del diaulus (dos estadios) y el hippios (cuatro estadios), que sería el equivalente al 800 actual.
En los juegos olímpicos, las carreras de larga distancia variaban entre las de 7, 10, 12, 20 y 24 estadios. En Delfos tenía lugar una carrera de larga distancia, de 12 vueltas a una pista de 177,5 metros (total 2.130 metros). Se menciona además una serie de carreras de resistencia que Filostratos atribuye, razonablemente, a una unidad mi-litar. Los corredores de largas distancias se entrenaban corriendo dia-riamente de 8 a 10 estadios. Se dice de Ageos de Argos que después de haber vencido en la carrera de larga distancia, en la 113 Olimpiada, en el mismo día volvió corriendo a su ciudad natal, situada a 100 kilómetros, para dar la noticia. También Drymos recorrió la distancia que le separaba de Epidauro -140 kilómetros a vuelo de pájaro- tras su victoria olímpica.
Los espartanos consideraban distintas categorías entre los deportistas, que variaban desde los niños que no habían competido antes
(apodromoi) hasta quienes llegaban a competir durante 10 años consecutivos (decadromo).
«Los jóvenes corrían sobre distancias más cortas que los adultos; según Platón, los niños corrían la mitad de la pista, o sea unos 95 metros, y los jóvenes imberbes, los dos tercios de la pista, distancia equivalente a 130 metros. Para las mujeres, en cambio, el filósofo propu-so las tres distancias grandes.
Una afirmación de Filostratos, según la cual los ejercicios se hacían sobre foso de arena, ha sido rebatida por las excavaciones. En Olimpia al menos se halló una capa de arcilla verdosa, bien nivelada y cubierta con un finísimo revestimiento de arena blanca. Por la gran cantidad de pistas dispuestas en hilera -hasta veinte en Olimpia- resulta fundada la suposición de que podían competir muchos participantes en cada carrera. En los vasos quedan siempre reproducidos cuatro, cinco o seis participantes, aunque las citas clásicas hablan a menudo de nueve o doce. Si su número era excesivo, se hacían carreras eliminatorias, como en la actualidad» (Diem C., 1966).
La salida
En las competiciones clásicas, la salida se realizaba con el cuerpo erguido, a la voz de va. Para ello se disponía una losa de piedra en el extremo de la pista, que señalaba el punto de partida, colocada per-pendicularmente a la dirección de carrera. Dichas losas tenían por lo general dos ranuras, separadas entre sí unos 15 cm, en las que se apoyaban los pies.
Algunas veces se producía una salida prematura, lo que era considerado como «hurto» no permitido. El que salía antes de que fuese dada la señal era castigado con golpes de vara (que se puede ver en la mano de los entrenadores en algunas pinturas).
«Más tarde, y quizá por la experiencia de las carreras de caba-llos, se introdujo la barrera automática para la salida, consistente en una cuerda o vara que se colocaba ante los corredores y de la que se tiraba hacia arriba, o se hacía caer al suelo. Por el empleo de este método se explican las muescas en las columnas de meta y en los bordillos de salida que hallamos por ejemplo en el gimnasio de Olimpia -aunque no en el estadio-, en las pistas del Agora de Co-rinto, en el templo de Dídima y, por último, en el antiguo estadio de Istmia. Éste estaba dirigido hacia el altar de Poseidón, y disponía además de la línea normal de salida, hecha de piedras con las habi-tuales ranuras, otra línea con barrera automática a continuación. La pista tenía 20 metros de anchura, y en medio, detrás de la línea de salida, había un hoyo redondo de aproximadamente 1 metro de profundidad, donde se situaba el encargado de dar la salida. De este punto partían 16 cordones, que pasaban por estaquillas de bronce y estaban alojados en unas ranuras de 1 cm de profundidad y anchura, llegando hasta cada una de las columnas de salida en las 16 pistas, cada una de las cuales tenía 1,50 metros de anchura. Las columnas seguramente sustentaban las barreras horizontales, que en el momento de comenzar la carrera eran alzadas o abatidas por medio de los cordones.
Se conserva una imagen del dispositivo de salida anteriormente descrito en un manuscrito medieval, el Codex Coburgensis; el dibujo es una copia de modelos antiguos: los corredores esperan detrás de la barrera, que descansa sobre unos apoyos situados a la altura de las ingles. Se conserva un fragmento de un relieve que confirma esta dis-posición.
En Luciano leemos las baladronadas del bocazas Pluto: «Tan pronto como caiga la cuerda de salida, me proclamarán vencedor, después de cruzar el estadio de tal modo que ni se me verá».
El sorteo de las calles tenía lugar según un ceremonial que descri-bió Luciano en su Hermotinos. En Olimpia, se empleaba una urna de plata consagrada a Zeus, siendo las bolas del tamaño de un altra-muz" (Diem C., 1966).
Algunas carreras, como las que se celebraban con el equipo mili-tar, han dado lugar a nuevos...