Schweitzer Fachinformationen
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Las primeras lecciones sobre estos árboles las recibí de las protegidas vidas de los elegantes cítricos cultivados en macetas. El proceso comenzó en 1987, cuando escribí mi primer libro sobre jardines italianos, ilustrado con fotografías de Alex Ramsay.9 Viajábamos a lo largo y ancho del país con nuestra hijita, viendo viveros durante todo el día y durmiendo a ratos en una tienda por la noche. Enormes macetas de terracota que contenían longevos cítricos bordeaban los senderos de casi todos los huertos que visitábamos. Comenzábamos nuestro trabajo al final del verano y, aunque las naranjas seguían sin madurar en los árboles, había muchos otros frutos. Aunque casi siempre estábamos solos, nunca nos comíamos esos frutos porque existe un código de honor que respetar cuando se visitan viveros. A finales de agosto no hacíamos caso a los cálidos higos del Lazio, en septiembre evitábamos mirar las viñas cargadas de racimos que cubrían las pérgolas de Toscana, y a medida que el verano iba dando paso a un largo y dorado otoño, dábamos la espalda a las maduras granadas y los relucientes caquis de los huertos amurallados de Venecia. Mi voluntad comenzó a flaquear a finales de noviembre, cuando nos encontrábamos en un huerto semiabandonado junto al canal del Brenta en el Véneto. Un descuidado sendero bordeado de macetas de cítricos y geranios en flor recorría a todo lo ancho el jardín de un castillo, y allí, una naranja caída del árbol fue la que me sedujo. La recogí, quité la tierna piel y me llevé un pedazo a la boca: la seca carne era tan ácida que casi me cauterizó la lengua. Ahora soy capaz de reconocer a simple vista una naranja sevillana amarga, pero entonces no y recibí la mejor lección que una ignorante ladrona de naranjas podía recibir.
Pocos años después empecé a llevar a grupos de turistas ingleses a los huertos que habíamos explorado. Los horticultores parecían desaparecer en cuanto llegábamos, aunque de vez en cuando podía ver la rueda delantera de una carretilla sobresaliendo de una hilera de árboles o la punta de un baqueteado sombrero de fieltro moviéndose entre las ramas y entonces yo me lanzaba en su busca. Fueron aquellos hombres (en mi memoria son invariablemente ancianos y hombres) quienes me dieron las primeras lecciones sobre el arte de cultivar cítricos. Muchos de ellos habían heredado el trabajo de sus padres, junto con la experiencia y el conocimiento íntimo de cada árbol del huerto. Ellos me enseñaron un lenguaje especializado, sus propias técnicas de replantar, abonar y tratar las enfermedades. «Un limón es como un hombre cuando está enfermo», decía Silvano Mazzetti, un horticultor hacía tiempo retirado pero incapaz de dejar de acudir a trabajar cada día a la Villa Poggio Torselli en Toscana. «Cuanto más enfermo está, más quisquilloso se vuelve, como un hombre que deja de afeitarse porque no se encuentra bien».
Empecé a examinar los cítricos de cada huerto que visitaba como si fueran cuadros en una exposición. Algunos parecían capaces de dar dos o incluso tres clases de frutos al mismo tiempo, y la fruta aparecía en una extraordinaria variedad de tamaños, formas y colores. Los más extraños y llamativos eran como manos amarillas, con un inquietante número de dedos brillantes, a veces juntos, como si rezaran, y a veces separados, como la mano de un mendigo que en lugar de monedas mostrara telarañas en la palma. Otros tenían unos cuerpos rotundos sujetos a protuberancias a modo de largas narices burlonas, de manera que semejaban un racimo de criaturas al acecho en la rama del árbol. En un lugar vi frutos a rayas naranjas y verdes, y en otro descubrí un limón monstruoso, un fruto amarillo del tamaño de seis limones unidos por una grumosa piel llena de pliegues. Fue más o menos por entonces cuando empecé a leer sobre la moda de recolectar plantas y árboles raros o exóticos en la Italia del Renacimiento y del Barroco, y me di cuenta de que muchos de los árboles que producían esos singulares frutos, con formas extrañas, pieles acanaladas o picadas, verrugas y forúnculos, eran vestigios de grandes colecciones de cítricos que habían pertenecido a las familias más ricas e importantes de los siglos XVI, XVII y XVIII. Conocer ese papel histórico es fundamental para poder comprender el peso y la importancia de la relación de Italia con los cítricos.
Durante el siglo XVII los huertos de villas y palacios que albergaban las colecciones de cítricos en Italia pasaron a formar parte de un paisaje intelectual más amplio. Eran la prolongación en el exterior de las colecciones de curiosidades, o museos privados, compuestos de objetos de lugares y tiempos lejanos reunidos por caballeros cultos, ricos o aristocráticos de toda Europa. La enorme variedad de frutas y curiosas mutaciones de los cítricos era un elemento importante en muchas de estas colecciones. El filósofo y estadista inglés Francis Bacon ofreció una vívida imagen de la clase de colección que podía encontrarse en la casa de un caballero educado en cualquier lugar de Europa. En el interior hallaremos:
Un gabinete lo suficientemente grande, en el que ha de clasificarse e incluirse cuanto de extraño en forma y movimiento haya hecho la mano del hombre, ya sea mediante arte o máquina exquisita, cuanto la singularidad, la oportunidad o el azar de las cosas, cuanto la naturaleza o el azar haya forjado en punto a seres vivos.
El escenario para una colección de cítricos fue descrito como «un jardín maravilloso, en el que puedan colocarse y cuidarse plantas de otros climas y otras tierras, ya sean silvestres o producto del cultivo del hombre». El jardín también albergará pájaros, animales y peces raros, para que represente «a pequeña escala un modelo del conjunto de la naturaleza».10
Durante la primavera y el verano los cítricos bordeaban los senderos y escalones del jardín y se disponían en grupos en torno a las fuentes y estatuas. En invierno las macetas se apretaban en el refugio prestado por las limonaie ('invernaderos'). Esa proximidad les permitía polinizarse entre ellos libremente, de forma que cada colección seguía creciendo en tamaño y diversidad. Evolucionaron como una serie de antiguas e incestuosas familias que habitaban en los jardines amurallados de villas y palacios de toda Italia, donde vivían como miembros de comunidades cerradas, sobreviviendo a incontables generaciones de propietarios aristocráticos y expertos jardineros. Los jardines renacentistas y barrocos estaban llenos de entretenimientos, como complicados laberintos, rezumantes grutas y elaboradas casas en los árboles. Había agua por todas partes; surgía en forma de potentes e inesperados chorros de las fachadas de los edificios, de las grietas entre las losas y los bancos del jardín. Accionaba instrumentos hidráulicos y movía estatuas que parecían desplazarse por voluntad propia. Había criaturas exóticas en la casa de fieras, aves extrañas en el aviario y peces de brillantes colores en los estanques. La complicada botánica de los cítricos encajaba bien entre estas maravillas, pues garantizaba que siempre hubiera algo de misterio en ellos, cambiante e inaprensible, para que su fruto fuera sorprendente y atractivo en todo momento.
El estudio de la botánica conoció un rápido desarrollo durante esta época, pero había muchos aspectos de los cítricos que botánicos y coleccionistas no comprendían. Repentinos cambios de temperatura, períodos de sequía, lluvias inusualmente intensas o incluso el viento podían provocar mutaciones. Ello a menudo afecta únicamente a una o dos ramas de un árbol, que florecen en un período ligeramente diferente, producen frutos que maduran a un ritmo diferente o tienen incluso formas y colores diferentes de los frutos del resto del árbol. Cuando se producía una de estas mutaciones en un árbol de una colección de cítricos suponía un maravilloso misterio y, en una época de exploraciones científicas, lo convertía en un objeto de coleccionista aún más fascinante y deseable.
Botánicos y coleccionistas analizaban los árboles en busca de los primeros signos de esos extraños limones con dedos prensiles que vi por primera vez en un jardín de Toscana. Al igual que los coleccionistas de tulipanes a la espera de que se «rompieran» los valiosos bulbos en los Países Bajos del siglo XVII, tampoco ellos sabían qué era lo que hacía que sus limoneros dieran esos frutos tan extraños. No fue hasta el siglo XX cuando se descubrió la razón de que existieran limones con dedos. El culpable resultó ser un ácaro microscópico, Aceria sheldoni (ácaro de la yema de los cítricos), que ataca los brotes de las flores de limonero, provocando la formación de frutos con una peculiar forma de dedos. El ácaro es una plaga, pero su impacto sigue considerándose tan encantador que se conoce como acaro delle meraviglie ('ácaro de las maravillas'). Los coleccionistas de los siglos XVI y XVII también se deleitaron con otra fruta con dedos, una variedad de limón que llamamos Citrus medica var. sarcodactylis, del griego sarkos, que significa 'carne', y dactylos, que significa 'dedo'. El árbol es originario de China y el noreste de India y produce frutas con dedos de manera natural, sin la...
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