"1. ¿Que¿ queremos decir con creacio¿n?
2. La doctrina bi¿blica de la creacio¿n
3. ¿A que¿ nos referimos con evolucio¿n? Datacio¿n, ADN y genes
4. ¿A que¿ nos referimos con evolucio¿n? Seleccio¿n natural, e¿xito reproductivo y cooperacio¿n
5. ¿A que¿ nos referimos con evolucio¿n? Especiacio¿n, fo¿siles y la cuestio¿n de la informacio¿n
6. Objeciones a la evolucio¿n
7. ¿Y que¿ hay del Ge¿nesis?
8. Creacionismo evolutivo
9. ¿Quie¿nes eran Ada¿n y Eva? El trasfondo
10. ¿Quie¿nes eran Ada¿n y Eva? El Ge¿nesis y la ciencia en conversacio¿n
11. La evolucio¿n y la interpretacio¿n bi¿blica de la muerte
12. La evolucio¿n y la cai¿da
13. La evolucio¿n, el mal natural y la cuestio¿n de la teodicea
14. El disen~o inteligente y el orden de la creacio¿n
15. La evolucio¿n: ¿inteligente y disen~ada?
16. El origen de la vida"
Prólogo a la edición española
Salta a la vista que no estamos ante un libro 'ligero'. Nos aguardan casi 500 páginas llenas de información y análisis. Pero es que la temática de esta obra no es baladí. La disyuntiva entre 'creación' o 'evolución' fue planteada ya ante la obra de los primeros autores que sugerían una evolución de los seres vivos a finales del siglo XVIII. Difuminado progresivamente en muchos ambientes protestantes durante el siglo XIX, el debate volvió con fuerza en otros en el siglo XX (hasta la actualidad), mientras que desaparecía en el catolicismo durante ese mismo siglo.
Podríamos preguntarnos por qué este tema resulta tan polémico. La lectura de este libro muestra que no se trata solamente de la pregunta por la estabilidad de las especies de seres vivos, que es el asunto que ocupa a los biólogos que trabajan sobre la evolución. Cuando se empieza a profundizar, las cuestiones surgen una tras otra. ¿Qué pasa con los relatos bíblicos sobre los orígenes? ¿Qué pasa con la doctrina de la creación? ¿Cómo afecta la evolución a nuestras ideas sobre el pecado, la muerte y la salvación en Cristo?
A la vista de todas esas preguntas no es sorprendente que el debate sobre este tema sea tan persistente y tan acalorado. Están en juego cuestiones importantes que afectan no a tal o cual aspecto secundario de la fe cristiana, sino a temas muy importantes y que implican cambios profundos en la forma de enfocar esa fe. Se suele decir que a lo largo de la historia del cristianismo se han dado determinados 'conflictos' entre ciencia y fe, como el caso Galileo y el debate sobre la evolución. Personalmente no me parece adecuada esa descripción, porque los conflictos no fueron entre un bloque de científicos sin relación con la fe y un grupo de religiosos al margen de la ciencia. La realidad histórica muestra que los debates eran entre 'fe y fe', y solían tener asociados debates legítimos entre 'ciencia y ciencia'. Es decir, se trataba de innovaciones científicas que generaban un compresible debate en el mundo de la ciencia que llevó en ambos casos bastante tiempo solventar hasta que el nuevo punto de vista consiguió mostrar su solidez y asentarse. En paralelo, y sin que eso sea pretendido por los científicos, determinadas novedades de la ciencia (como en esos casos) suponen un desafío para ciertas ideas consolidadas en la teología. Lo que eso originó fue un debate intra-cristiano (y que luego ha ido extendiéndose a diversas religiones) no sobre el tema de fondo científico de la estabilidad o evolución de las especies, sino sobre las implicaciones teológicas arriba mencionadas.
Hay, pues, dos debates que no conviene entremezclar. Por un lado está la discusión científica sobre la evolución. Este debate en sí es complejo porque la palabra 'evolución' se usa con muchos significados. Conviene distinguir, cuando se habla de la evolución de las especies, entre el 'hecho' y el 'mecanismo' de la evolución. Por lo tanto habría que considerar varias preguntas diferentes y que pueden hacerse de forma secuencial: ¿es la evolución un hecho comprobado? En otras palabras: ¿hay evidencias sólidas del 'hecho de la evolución' que nos lleven a aceptarlo como algo real y parte de la historia de la vida? En segundo lugar, si se da una respuesta positiva a lo anterior no es extraño que surja una nueva pregunta: ¿cómo ha podido tener lugar la evolución de las especies? Es decir: ¿qué 'mecanismo(s) de la evolución' podemos invocar para explicar que las especies vivas hayan evolucionado con el tiempo? Con independencia de ambas preguntas, hay una tercera cuestión: ¿de dónde surge la primera o primeras especies vivas para que puedan luego embarcarse en una historia de evolución? Lo que podemos simplificar como: ¿cuál es el 'origen de la vida'? Es importante tener en cuenta estas tres preguntas y diferenciarlas porque a menudo se confunden en los debates sobre evolución. Por ejemplo, es perfectamente legítimo afirmar el hecho de la evolución sin que eso implique tener ya resuelto ni su mecanismo ni el origen remoto de la vida. Y a la inversa, críticas a determinadas ideas especulativas sobre el origen de la vida no afectan al hecho de la evolución de las especies.
Pero si la discusión científica sobre la evolución tiene ya de entrada esas sutilezas a las que hacer frente, la reflexión sobre las implicaciones teológicas de la evolución es algo todavía más complejo. No solamente hay que reflexionar sobre qué significa la palabra 'creación' y cómo esa doctrina se relaciona con otros ámbitos de la teología cristiana antes mencionados, también es muy importante la manera en la que se percibe y se recibe el concepto de 'evolución' desde el cristianismo. Y esto puede dar la clave de muchos de los debates producidos especialmente en la segunda mitad del siglo XX. Mientras que para algunos cristianos, ya en el siglo XIX, la evolución era un tema científico con el que mejor o peor se acostumbraron a convivir, para otros, y de manera más intensa desde mediados del siglo XX, la evolución se convirtió en una bestia negra. Sin embargo, en general, no era (es) contra la evolución como teoría científica contra lo que luchaban (luchan) sino contra el 'evolucionismo' como un asunto más ideológico que científico.
Toda idea científica de éxito es susceptible de utilización ideológica. Los científicos no pueden tener el control exclusivo de sus ideas y estas son usadas y abusadas por la sociedad. A veces, determinadas ideas científicas son empleadas para fines que nunca pasaron por la mente de sus descubridores o promotores. Copérnico y Galileo, ambos cristianos, se horrorizarían de ver cómo su heliocentrismo se ha usado como arma contra el cristianismo (de hecho, el segundo fue capaz de entreverlo con preocupación). El devoto Newton no pudo evitar que sus fascinantes leyes matemáticas para explicar la 'maquinaria' celeste se usasen tanto para exaltar al gran 'relojero' como para afirmar que el diseñador divino se había ausentado abandonado su obra. Igualmente, Darwin murió afirmando que no había razón para usar la evolución contra el cristianismo, a pesar de que él mismo no se consideraba cristiano.
Desgraciadamente, tanto defensores como detractores de la evolución, se han confabulado para darle una carga ideológica abrumadora. Se ha usado la evolución para defender el comunismo, el capitalismo, el colonialismo, la eugenesia, el fascismo, el teísmo, el ateísmo, etc. A la vista de esto podemos empezar a comprender por qué en ciertos ambientes cristianos la sospecha y la hostilidad abierta hacia la evolución han tomado cuerpo. Esto ha sido más claro en el ambiente evangélico, estadounidense y de la postguerra mundial. Es tal vez en ese contexto donde el proceso de ideologización de la evolución en un evolucionismo peligroso para la fe se ha dado con más intensidad y donde se ha producido una respuesta más contundente en forma del autodenominado 'creacionismo científico' y del reciente movimiento del 'diseño inteligente'. Este proceso de rechazo a la evolución ha sido acompañado, tristemente, por un proceso paralelo en el que la evolución se ha usado por ciertos sectores (incluyendo algunos científicos) como munición anticristiana, justo lo que Darwin rechazó hasta el final de sus días. Eso ha producido una especie retro-alimentación entre evolucionistas anticristianos y cristianos antievolucionistas. Dicho sea de paso, ha sido este ambiente, de origen estadounidense, el que ha tenido una enorme influencia en la reconstrucción evangélica española desde finales de los años sesenta del siglo XX, y esto contribuye a explicar la abrumadora influencia en su seno de las ideas antievolucionistas durante el último medio siglo.
Creo que resulta esclarecedor el análisis de un conocido científico evangélico británico del siglo XX, Donald MacKay:
La 'Evolución' empezó a ser invocada en biología aparentemente como un substituto para Dios. Y si en biología, ¿por qué no en otros campos? De referirse a una hipótesis técnica del mismo tipo que el 'azar' (técnico), este término fue rápidamente retorcido para significar un principio metafísico ateo, [.] el 'Evolucionismo' se convirtió en el nombre de toda una filosofía antirreligiosa [.].
Enfrentados a tal confusión de temas, es poco sorprendente que algunos cristianos del pasado siglo [XIX] fuesen inducidos a dirigir sus ataques al lugar equivocado, y atacasen la teoría técnica en lugar de su parásito filosófico.1
Denis Alexander puede inscribirse en la línea de pensamiento de MacKay, y en las páginas que siguen el lector podrá ver clarificadas muchas de las cuestiones científicas, antes mencionadas, que suelen enmarañarse respecto a la evolución y que corresponden tanto al hecho de la evolución como al mecanismo de la evolución (véanse capítulos 3, 4 y 5). La información científica destaca por su carácter didáctico a la hora de explicar algunos conceptos muy complejos; pero también por su puesta al día. De hecho, uno de los grandes cambios entre la primera edición inglesa y esta segunda edición que ofrecemos aquí es la incorporación de datos muy recientes sobre la huella neandertal dejada sobre el genoma humano. Tal vez uno de los capítulos más prácticos del libro (y que casi podría leerse independientemente) es el capítulo 6: «Objeciones a la evolución». En él desfilan tanto críticas científicas como teológicas, siete en...