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Laurent Chu en los viñedos de Burdeos.
Encontrar a Laurent Chu al inicio de este viaje fue un golpe de suerte. Sucedi? así: en un libro titulado Las nuevas rutas de la seda leí que la regi?n vinícola de Burdeos se había convertido en un imán para chinos ultrarricos, los cuales estaban comprando numerosos châteaux; una periodista local, que había elaborado un estudio sobre este desembarco asiático, me recomend? hablar con él. «Es el mayor experto», me dijo. «Quizá pueda hacer de guía durante tu estancia». Me pas? su teléfono, y le llamé; al principio, le noté escurridizo; se iba de vacaciones, me dijo; ¿y si adelanto mi visita? «Quizá», respondi?. Para valorar si salir o no de Madrid unos días antes, y poder coincidir con él, busqué en internet quién era. Francés de origen chino. Cincuenta años. El paciente cero de covid en Europa. Volví a llamarle:
-¿Eres.?
-Sí.
Es el segundo día de viaje, el tren nos ha traído hasta Burdeos, y voy al volante de un coche alquilado, entre viñedos, siguiendo las indicaciones de Laurent Chu.
-Paciente cero no es un buen término porque quiere decir que has transmitido el virus. Es mejor decir el primer diagnosticado.
La historia de Laurent Chu es un largo trayecto de China a Francia, cuya cultura e idioma le fascinaron desde la adolescencia. Cuando el presidente François Mitterrand cay? enfermo en los ochenta, Laurent, aún adolescente, le escribi? una carta para desearle una pronta recuperaci?n. El jefe del Estado respondi? con una foto firmada que aún conserva.
-Oh, Alain Delon.-suspira Laurent-. Francia es un país romántico; la lengua suena como una melodía.
Su Wuhan natal, la capital de la provincia de Hubei, está ubicada en el centro del país y la atraviesa uno de los grandes ríos fundacionales de China, el Yangtsé; en esto le recuerda a Burdeos, por donde cruzan las aguas de color del chocolate del río Garona. Durante la época de apertura y reforma iniciada por el líder comunista Deng Xiaoping, que asumi? el poder tras la muerte de Mao Zedong, Wuhan se convirti? en un pujante centro industrial y metalúrgico que atrajo capital extranjero. En 1992, Citröen estableci? en esta ciudad su primera fábrica en el país, de cuyas naves salieron miles de vehículos destinados al mercado chino; era entonces una naci?n en desarrollo donde la bicicleta seguía siendo el principal medio de transporte. Años después, cuando la pandemia se expandi? por el mundo desde allí, muchos en Occidente se preguntaban por esa urbe desconocida de once millones de habitantes. Entre ellos no estaban los habitantes de esta regi?n francesa: Burdeos está hermanada con Wuhan desde los noventa. Aunque pueda sonar remota para un europeo, es un cruce de caminos, un nodo fundamental de la economía china.
De niño, Laurent conoci? a un cura de Burdeos que estaba de visita en su ciudad. Años más tarde volvieron a verse y este le invit? a París. Era el año 2000, trabajaba como informático en la universidad y era la primera vez que iba a salir de China.
-Ni siquiera había estado en Hong Kong.
Pas? unas semanas en Burdeos y, de la mano de su amigo cura, conoci? a ricos y pobres, rentistas y artesanos. Se enamor? del lugar y se las arregl? para regresar el año siguiente con un visado de estudios. Se qued? para siempre. Hoy, con sonrisa permanente, sus gestos educados y su francés suave, es una persona esencial para los chinos que valoran establecerse en la zona y para los productores bordeleses que quieren exportar allí sus botellas.
Cuando aterriz? en Francia, apenas sabía de vinos; ni siquiera era consciente de que se producen a partir de las uvas; tampoco le gustaban: enseguida se pone colorado al beberlo. Ahora, sin embargo, trabaja en la Cámara de Agricultura de Gironda, el departamento regional, y forma parte de una activa asociaci?n de viticultores chinos en Burdeos.
Por su trabajo, Laurent viajaba a menudo a China, y, siempre que lo hacía, visitaba Wuhan para ver a su familia. En enero de 2020, fue y regres? en tren desde Shanghái. Su hip?tesis es que se debi? de contagiar en la estaci?n de Wuhan.
-Está al lado del mercado de mariscos donde descubrieron el virus.
Aquellos días confusos, recuerda, el Gobierno chino sostenía aún que el coronavirus no se transmitía entre humanos; aterriz? en París unos días después con tos y fiebre, al poco de que Pekín hubiera cambiado de criterio. En Burdeos acudi? a los servicios sanitarios. Mandaron sus análisis a París. Su caso fue confirmado el 24 de enero de 2020; la ministra de Sanidad sali? a anunciarlo públicamente. Le metieron en una estancia de presi?n invertida. Rememora la sensaci?n de angustia mientras le visitaban médicos vestidos como astronautas, veía en el televisor las imágenes de su ciudad natal confinada, del virus propagándose por el mundo. Sali? por su propio pie del hospital tres semanas después, el día de San Valentín. Faltaba casi un mes para que la Organizaci?n Mundial de la Salud declarara la pandemia global.
-Puedes aislarte para curarte de covid -reflexiona-. Pero hoy, en un mundo globalizado, no podemos estar aislados. Quiero decir: que Europa tiene necesidad de China y China tiene necesidad de Europa.
Cuando le conocimos llevaba entonces año y medio sin poder regresar a casa; y pasaría aún otro año y medio. Su madre muri? en Wuhan durante las Navidades de 2022. Trat? de visitarla. Se enfrent? a un laberinto de cuarentenas y aislamientos. No pudo llegar a verla
El coche avanza por carreteras estrechas y serpenteantes, entre casitas de piedra, junto al verde intenso de las parras cargadas de racimos de uvas, ya hinchadas y brillantes bajo el sol estival. Laurent da un par de indicaciones y pide detener el coche a las puertas del viñedo Quatre Vents. El château lo componen varios edificios restaurados donde también se puede pasar la noche. En la entrada hay una banderita china en un florero. Sobre una alacena descansa una botella de vino con una etiqueta roja: «El viñedo Quatre Vents felicita el nacimiento del Partido Comunista de China». Hu Nan, el director de la finca, explica que han producido una edici?n limitada de trescientas botellas para conmemorar los cien años de la fundaci?n del partido que rige el destino de mil cuatrocientos millones de personas. El viaje de ida y vuelta de ideas, personas y bienes que propone esta etiqueta es una clase de historia en miniatura. Por resumir: aquella reuni?n de comunistas tuvo lugar en julio de 1921 en un edificio de la concesi?n francesa de Shanghái, la zona donde se establecieron los galos a medida que la China imperial caía derrotada en las guerras del Opio. El inmueble hoy ha sido reconvertido en un museo que conmemora aquel encuentro en el que se debatían ideas marxistas nacidas de los estragos de la Revoluci?n Industrial europea. A ella asistieron un puñado de comunistas chinos; entre los presentes ya estaba Mao, quien, años más tarde, en 1949, proclamaría la República Popular China, y la gobernaría hasta su muerte en 1976, sentando las bases del que hoy es el mayor Estado comunista del planeta y segunda potencia econ?mica mundial.
En el momento de su fundaci?n, la República Popular era un país pobre que arrastraba la humillaci?n de las potencias coloniales, trataba de dejar atrás el feudalismo imperial y salía diezmado de la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil china. En el siglo xxi, su rostro ha cambiado. El país trata de equilibrar el «socialismo con características chinas» con las dinámicas de la sociedad de consumo. Ponderar ambas no resulta sencillo. China es un gigante comunista y a la vez un mercado enorme y rico, ávido de productos de primera gama. En él viven cerca de quinientos millones de personas de clase media, una masa de personas superior a la poblaci?n entera de la Uni?n Europea, y muchos de ellos tienen una capacidad adquisitiva como para conducir Teslas, vestir ropa italiana y brindar con caldos de esta zona del mundo.
-El vino de Burdeos es un vino de lujo en China -dice Hu Nan-. Allí es un producto caro: el precio es el doble que en Francia.
Una botella de margaux, una de las denominaciones más valoradas, puede alcanzar fácilmente los trescientos euros en la otra punta de Eurasia. Hu Nan se ha sentado a charlar en los sillones del sal?n. Sobre la chimenea hay un cuadro que representa lo que parece una noble francesa, con peluca blanca y vestido de raso con escote palabra de honor y mangas abultadas. En la mesita, descansa una antología poética de clásicos chinos. Hu, que pas? el confinamiento aquí, se sentaba a leerlo por las tardes mientras miraba los viñedos por la ventana. Sus poemas favoritos son los de la dinastía Tang, que rigi? entre los siglos vii y x, una época a menudo considerada entre las de mayor esplendor de China. Los años dorados de la vieja Ruta de la Seda. Estos poemas de algún modo le hacen creer que su labor tan lejos de casa, en este rinc?n de Francia, tiene un sentido: volver a ser aquella gran potencia.
-Espero que lo seamos pronto; trabajamos para lograrlo.
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