Schweitzer Fachinformationen
Wenn es um professionelles Wissen geht, ist Schweitzer Fachinformationen wegweisend. Kunden aus Recht und Beratung sowie Unternehmen, öffentliche Verwaltungen und Bibliotheken erhalten komplette Lösungen zum Beschaffen, Verwalten und Nutzen von digitalen und gedruckten Medien.
A la sombra de un imperio destrozado, un frágil experimento de libertad se tambaleaba al borde del abismo. Desde el caos revolucionario de 1918 -donde los marineros se amotinaron en Kiel y las multitudes tomaron las calles de Berlín- hasta la fatídica mañana del 30 de enero de 1933, cuando la mano temblorosa de un anciano héroe de guerra selló la ruina de Alemania, esta conmovedora crónica revela el desgarrador desmoronamiento de la República de Weimar.
Basándose en más de treinta años de investigación de archivo pionera de las colecciones alemanas recién reunificadas, Lamb teje una narrativa magistral sobre la arrogancia, la traición y la fragilidad humana. Sea testigo del mito de la "puñalada por la espalda" que envenena el alma de una nación derrotada; la pesadilla hiperinflacionaria de 1923 que transportó carretillas de dinero sin valor a través de las ruinas de la clase media; y la férrea garra de la Gran Depresión, que catapultó a los nazis de fanáticos marginales a gigantes electorales con el 37% de los votos para 1932.
En esencia, este no es un libro de texto aburrido: es un drama trepidante de visionarios imperfectos y oportunistas despiadados. Reviva el pacto desesperado de Friedrich Ebert con el ejército para evitar el terror bolchevique; la arrogancia aristocrática de Franz von Papen, quien susurraba que "arrinconaría a Hitler hasta que se desplomara"; y el trágico error de cálculo de Paul von Hindenburg, quien entregó el poder absoluto a un cabo convertido en demagogo. A través de vívidas viñetas, diarios olvidados y terror callejero -desde masacres espartaquistas hasta masacres de las SA-, el libro expone cómo la desesperación económica, las conspiraciones de las élites y la desesperación cultural erosionaron las normas democráticas, decreto tras decreto.
Sin embargo, El surgimiento del Tercer Reich trasciende la tragedia, ofreciendo lecciones urgentes para nuestra era polarizada: cómo las instituciones frágiles se desmoronan bajo la crisis y por qué la vigilancia contra los rumores autoritarios es la última defensa de la democracia. Con impresionantes mapas de convulsiones electorales, fotografías excepcionales de triunfos a la luz de las antorchas y un elenco de héroes, villanos y alemanes comunes atrapados en la vorágine, este relato definitivo ilumina el camino más oscuro hacia el poder. Descubra cómo la libertad muere no con un estallido, sino con una firma. Su guía esencial sobre las raíces de la tiranía.
30 de enero de 1933, 11:15 a. m., Palacio Presidencial de Berlín
La luz de la mañana se filtraba débilmente a través de los altos ventanales del despacho de Paul von Hindenburg, en el segundo piso del Palacio Presidencial, proyectando pálidas sombras sobre los pesados muebles de roble que habían presenciado el ascenso y la caída de los cancilleres alemanes durante más de una década. Afuera, en la Wilhelmstraße, una fina capa de nieve cubría los adoquines, amortiguando el ruido del tráfico matutino de Berlín, mientras que dentro de la ornamentada cámara, cinco hombres se reunían alrededor del enorme escritorio de caoba que serviría de altar para el sacrificio final de la democracia.
A sus ochenta y cuatro años, el presidente del Reich, Paul von Hindenburg, permanecía rígido en su sillón de cuero. Su figura, antes imponente, ahora se veía mermada por la edad y el peso de decisiones imposibles. El vencedor de Tannenberg, el hombre que había salvado a Prusia Oriental de la invasión rusa en 1914, ahora tenía dificultades para conversar hasta con las conversaciones más sencillas, pues su legendaria memoria le fallaba en los momentos cruciales. Sus manos curtidas, que antaño firmaban órdenes militares que movilizaban ejércitos a través de los continentes, ahora temblaban ligeramente sobre el papel secante del escritorio, bajo el cual se encontraban los documentos que transformarían a Alemania para siempre.
De pie ante el escritorio presidencial, Adolf Hitler mantenía una compostura exterior que desmentía el ardor revolucionario que ardía en su interior. A sus cuarenta y tres años, el político austriaco había recorrido una distancia extraordinaria desde las cervecerías de Múnich hasta este momento de supremo triunfo político. Llevaba el cabello oscuro cuidadosamente peinado, su sencillo uniforme marrón de fiesta, planchado e inmaculado, y el bigote recortado con precisión. Nada en su comportamiento controlado sugería la transformación radical que pretendía desatar en el pueblo alemán. Sus ojos azul pálido permanecían fijos en el rostro de Hindenburg, atentos a cualquier signo de vacilación de último minuto que pudiera descarrilar su cuidadosamente orquestado ascenso al poder.
Franz von Papen se encontraba ligeramente a la izquierda de Hitler; su porte aristocrático irradiaba una confianza que resultaría catastróficamente infundada. El exoficial de caballería y anterior canciller se comportaba con la natural seguridad de un hombre de familia privilegiada, educado en las mejores academias militares y acostumbrado a las maniobras políticas de la élite conservadora alemana. Su bigote perfectamente depilado y su costoso chaqué hablaban de un mundo donde los pactos entre caballeros podían contener los movimientos revolucionarios y donde la educación y la educación proporcionaban una protección adecuada contra los burdos llamamientos populistas. A sus cincuenta y tres años, Papen poseía la fatal certeza de que su intelecto superior y su posición social le permitirían manipular al advenedizo Hitler con fines conservadores.
Otto Meißner, el secretario de Estado que había sido asesor constitucional de tres presidentes diferentes, se encontraba junto a la ventana con una cartera de cuero que contenía los documentos formales necesarios para la transición de poder. Su precisión burocrática y su profundo conocimiento de los procedimientos legales lo habían hecho indispensable para el funcionamiento de la oficina presidencial, pero su pericia técnica no le permitió sortear la crisis política sin precedentes que había unido a estos hombres. Meißner comprendía los mecanismos constitucionales del nombramiento de cancilleres, pero no captó las implicaciones revolucionarias de este nombramiento en particular.
Tras la silla de su padre, Oskar von Hindenburg observaba los procedimientos con la atención nerviosa de un hombre cuya influencia tras bambalinas había contribuido a orquestar este momento. El joven Hindenburg había sido clave en las negociaciones secretas que convencieron a su padre de abandonar su anterior resistencia a nombrar a Hitler canciller. Su presencia en la sala representaba la dinámica familiar que se había entrelazado con los cálculos políticos nacionales para producir esta fatídica decisión.
El ambiente en la sala tenía un aire casi ceremonial, a pesar de las implicaciones revolucionarias del evento. Los retratos de reyes prusianos observaban desde las paredes; sus rostros severos parecían juzgar a los políticos que se preparaban para entregar el gobierno democrático de Alemania a un movimiento que había rechazado explícitamente la democracia parlamentaria. Las pesadas cortinas, las molduras ornamentadas y el mobiliario formal creaban un ambiente de autoridad tradicional que transmitía una engañosa sensación de continuidad y control.
La voz de Hindenburg, cuando finalmente habló, transmitía el cansancio de un hombre que había sobrevivido a su época y se encontraba tomando decisiones que no podía comprender del todo. «Tengo serias dudas sobre todo este asunto», dijo, sus palabras apenas audibles por encima del tictac del reloj de pie en la esquina. «Este cabo austriaco será la ruina de Alemania». La reticencia del presidente era palpable; su desconfianza instintiva hacia Hitler se oponía a las presiones políticas que lo habían llevado a ese momento.
Papen se apresuró a tranquilizar a su anciano patrón, con la voz tranquila y confiada que había caracterizado sus maniobras políticas durante la crisis. «Señor presidente, no tiene por qué preocuparse por este acuerdo. Lo hemos contratado para nuestro trabajo. En dos meses habremos acorralado tanto a Hitler que no podrá resistirse». Las palabras del excanciller revelaron el error de cálculo fundamental que resultaría tan devastador: la creencia de que los políticos tradicionales podían controlar y manipular un movimiento revolucionario que ya había demostrado su capacidad para la violencia y su desprecio por las normas democráticas.
Hitler respondió con la formal cortesía que ocultaba sus verdaderas intenciones. Su discurso de aceptación enfatizó el proceso constitucional legal y el respeto a la autoridad presidencial. «Me siento profundamente honrado por su confianza, señor presidente, y me comprometo a defender la constitución y servir al pueblo alemán dentro del marco de nuestras instituciones democráticas». Cada palabra había sido cuidadosamente elegida para asegurar a los políticos conservadores que estaban tratando con un líder político convencional que actuaría dentro de los límites parlamentarios establecidos.
Meißner presentó los documentos constitucionales, y su precisión burocrática garantizó el debido cumplimiento de todas las formalidades legales. «Si firma aquí, señor presidente, el nombramiento quedará constitucionalmente completo». La atención del secretario de Estado a la corrección procesal reflejaba la confianza generalizada de Alemania en los mecanismos legales y las garantías institucionales, que resultarían tan insuficientes ante un ataque revolucionario.
Mientras la mano temblorosa de Hindenburg firmaba el documento que nombraba a Adolf Hitler canciller de Alemania, la tenue luz invernal pareció atenuarse ligeramente, como si la naturaleza misma reconociera la importancia de ese momento. La transferencia constitucional del poder se había completado, con perfecta corrección legal y dignidad ceremonial. Sin embargo, los cinco hombres en esa sala acababan de orquestar la destrucción de la democracia alemana mediante las mismas instituciones diseñadas para protegerla.
El sonido de la pluma rascando el papel marcó el fin del experimento de quince años de gobierno parlamentario de la República de Weimar. Afuera de las ventanas del palacio, los berlineses de a pie continuaban con sus rutinas cotidianas, sin percatarse de que su mundo político acababa de ser alterado fundamentalmente por las firmas en los documentos cuidadosamente preparados por Otto Meißner. Los políticos conservadores que orquestaron el nombramiento de Hitler se felicitaron por su astucia política, seguros de haber encontrado una solución a la crisis alemana que restauraría la estabilidad y mantendría al líder nazi bajo su control.
Quince años de experimento democrático
La República Alemana que murió en el despacho de Hindenburg aquella mañana de enero había nacido quince años antes, en medio del caos de la derrota militar y la agitación revolucionaria. El 9 de noviembre de 1918, mientras los ejércitos alemanes se desmoronaban en el Frente Occidental y la revolución estallaba en las calles de Berlín, el káiser Guillermo II abdicó y huyó al exilio en Holanda, dejando tras sí un vacío político que los políticos democráticos luchaban por llenar. El socialdemócrata Friedrich Ebert, impulsado al poder por circunstancias ajenas a su voluntad, proclamó la República Alemana desde el balcón del Reichstag mientras obreros y soldados revolucionarios tomaban el control de instituciones clave en todo el país.
Desde sus inicios, la República de Weimar enfrentó desafíos que habrían puesto a prueba incluso a la democracia más consolidada. El nuevo gobierno heredó la responsabilidad de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, aceptando las humillantes condiciones del Tratado de Versalles, que impuso reparaciones masivas, pérdidas territoriales y restricciones militares al pueblo alemán. Políticos y líderes militares conservadores, encabezados por el general Erich Ludendorff y otras figuras prominentes, comenzaron de inmediato a propagar la leyenda de la "puñalada por la espalda", afirmando que los...
Dateiformat: ePUBKopierschutz: Adobe-DRM (Digital Rights Management)
Systemvoraussetzungen:
Das Dateiformat ePUB ist sehr gut für Romane und Sachbücher geeignet – also für „fließenden” Text ohne komplexes Layout. Bei E-Readern oder Smartphones passt sich der Zeilen- und Seitenumbruch automatisch den kleinen Displays an. Mit Adobe-DRM wird hier ein „harter” Kopierschutz verwendet. Wenn die notwendigen Voraussetzungen nicht vorliegen, können Sie das E-Book leider nicht öffnen. Daher müssen Sie bereits vor dem Download Ihre Lese-Hardware vorbereiten.Bitte beachten Sie: Wir empfehlen Ihnen unbedingt nach Installation der Lese-Software diese mit Ihrer persönlichen Adobe-ID zu autorisieren!
Weitere Informationen finden Sie in unserer E-Book Hilfe.
Dateiformat: ePUBKopierschutz: ohne DRM (Digital Rights Management)
Das Dateiformat ePUB ist sehr gut für Romane und Sachbücher geeignet – also für „glatten” Text ohne komplexes Layout. Bei E-Readern oder Smartphones passt sich der Zeilen- und Seitenumbruch automatisch den kleinen Displays an. Ein Kopierschutz bzw. Digital Rights Management wird bei diesem E-Book nicht eingesetzt.